En el interesante trabajo del teólogo jesuita François Varillon (1905-1978), acerca de la humildad de Dios, realiza un largo excursus sobre la Trinidad que merece la pena comentarlo por separado del resto del libro.
Comienza hablando de que “la idea de Alianza es fundamental: en ella Dios da su fe y pide al hombre que le dé la suya a cambio. Si responde, es digno, dice san Cirilo de Jerusalén, «de ser llamado con el mismo nombre que Dios». Son fieles uno a otro. San Juan de la cruz se atreve a evocar «la fe de las dos partes». Ahora bien, dar la propia fe es comprometerse a depender; la fidelidad es la vida vivida en esta dependencia. Lejos pues, de haber oposición entre libertad y dependencia, la dependencia en la que Dios quiere entrar revela la verdadera naturaleza de su libertad. De la nuestra también, que es imagen de la suya” (90).
Enseguida entra en la materia de la “necesidad” de la Trinidad: “Sabemos que Malebranche aceptaba sin repugnancia un Dios que se amaba a sí mismo con un amor egocéntrico. Ponía en Él una prioridad lógica de la perfección de ser respecto al amor: si Dios ama, decía, es que es perfecto. No puede no amarse a sí mismo, porque habría imperfección en no amar un Si mismo que es perfecto. Cosa que Fenelón no podía admitir. Para él, la prioridad lógica pertenece al amor. Si Dios es amor, es que la perfección es amar; el amor es la más alta forma de ser; solo es puro si excluir cualquier huella, por ligera que sea de repliegue sobre si”. Ante la duda, se pregunta: “¿Estamos en un callejón sin salida? Lo estaríamos, creo, si Dios no fuera Trinidad. Este misterio, que parece complicar a Dios, lo simplifica por el contrario (…). Dios solo es humilde si es simple. Solo es simple por la pluralidad en el seno de la unidad” (111-112).
Ahora aporta el argumento histórico: “Si la Iglesia llevó a cabo una lucha apasionada durante los primeros siglos de su historia para que la profundidad del misterio no fuese abolida en provecho de una racionalidad inmediata es porque una rigurosa lógica la conminaba a no separar en la unidad de su fe la triple creencia en la Trinidad, en la divinidad de Jesucristo, en la divinización de la humanidad. Si Dios no es Trinidad, la Encarnación es un mito y nuestra esperanza vana” (120). Bajando, además, al terreno más concreto: “El amor requiere a la vez la distinción y la unidad, la alteridad y la identidad (…). Por eso nadie entra en el reino del amor sin sufrimiento. El misterio de la Trinidad es la respuesta eterna a este deseo. Cada una de las Tres personas no es para sí misma más que siendo para las otras dos” (121).
Precisamente en el amor humano se puede decir: “Te amo, y veo que tú me mas por las palabras que dices, por los gestos que haces, por tu comportamiento conmigo. Pero no veo tu amor mismo” (122). En cambio, en el amor divino: “en la Trinidad, el Espíritu Santo es el Amor mismo: Amor del Padre por el Hijo, Amor del Hijo por el Padre. Beso común, si se quiere, la reciprocidad del amor hipostasiado” (123). La esperanza no es extraña a Dios. Dios y yo esperamos juntos mi salvación” (139). “El «Yo soy de Jesús» (Jn 8,58), es misteriosamente el «Yo soy» de una humildad absoluta” (158).
José Carlos Martin de la Hoz
François Varillon, La humildad de Dios, ediciones Cristiandad, Madrid 2019, 176 pp.