La belleza de la liturgia

 

Desde el desarrollo del Concilio Vaticano II y, más en concreto, desde la publicación de la primera de sus Constituciones Dogmáticas, la Sacrosantum Concilium, acerca del valor y de la importancia de la liturgia en la vida de la Iglesia y de los cristianos, no han dejado de resonar voces que reclaman la constante revalorización de los hechos y rúbricas de la acción sacrificial de la Iglesia en la Santa Misa y en la riqueza de los sacramentos.

Una de las líneas de profundización del llamado “movimiento litúrgico” que tanto influyó en el desarrollo del Concilio y en la redacción de la Constitución mencionada, era el clamor por el regreso a las Fuentes y, por tanto, al espíritu litúrgico de los primeros siglos del cristianismo; a la vida y acción litúrgica de la Iglesia de los primeros siglos.

Existía la convicción, entonces y ahora, de que para revivir nuestra fe debíamos retomar y releer detenidamente aquellos misales, rituales, sumas de sacramentos, la Didajé o doctrina de los doce apóstoles, pero valorando el realismo y la veneración de los antiguos rituales, para redescubrir la fe y la riqueza doctrinal que en ellos se encerraba.

Prueba de lo que acabamos de decir son las innumerables citas y referencias en la Constitución Dogmática Sacrosantum Concilium a los Padres de la Iglesia y a los recopiladores de los Misales, libros de órdenes, rituales que se fueron extendiendo por todas la iglesias y eparquías tanto de oriente como de occidente.

También influyó en ese documento el estudio de la Teología oriental y, en concreto, de la rica tradición y patrimonio litúrgico de la Iglesia oriental, que se recordó en su momento que precisamente había sido la sólida vertebración litúrgica la que había facilitado la fidelidad y la perseverancia en la ortodoxia de las iglesias orientales de los diversos Patriarcados.

Recordemos que el teólogo ortodoxo Pavel Florenski (1882-1937), uno de los grandes estudiosos de la liturgia oriental, dedicará en su obra más importante; El iconostasio, páginas muy hermosas a subraya la belleza y la riqueza de gracia que Dios concede en la liturgia a los fieles.

Bastaría para traer a colación la sencilla definición del iconostasio, que hace nuestro autor, no el altar material, sino el verdadero iconostasio: “el iconostasio es el confín entre el mundo visible e invisible. Esta barrera del altar la levantan, volviéndose así accesible para nuestra conciencia, el grupo unido de los santos, la nube de testigos que circundan el Trono divino, la esfera de la gloria celeste, testigos que anuncian el misterio”. Enseguida añadirá con gran fuerza: “El iconostasio es una visión” (67).

José Carlos Martín de la Hoz

Pavel Florenski, El iconostasio. Una teoría de la estética, ediciones Sígueme, Salamanca 2018, 204 pp.