El verbo comprender se puede utilizar en
castellano para hablar de aspectos dispares de la vida, pero en el fondo con un
mismo sentido. Si se comprende un problema matemático quiere decir que
alguien entiende cómo resolverlo. Si comprendo a un filósofo es
que sé qué me quiere decir. Se puede hablar de comprender
cómo abarcar, contener; pero se usa más, en el lenguaje
coloquial, como entender a una persona, penetrar en un problema humano.
La comprensión es, por lo tanto, virtud,
una parte de la caridad, virtud cristiana por excelencia. En este sentido significa
tanto como ponerse en el lugar del otro. Eso tiene una relación muy
estrecha con la medida del amor a la persona que tengo en frente. A alguien a
quien quiero mucho la comprendo más fácilmente, en sus formas de
actuar, en sus reacciones, también en sus errores. Por dos motivos, uno
intelectual: querer mucho a una persona lleva consigo conocimiento; no se puede
amar lo que no se conoce, a quien no se conoce. Y, si conocemos, entendemos mejor
lo que hace y por qué lo hace. Pero hay un segundo motivo afectivo: si
quiero a una persona me cuesta menos salir de mí mismo y ponerme en su
lugar. Ver las cosas desde su punto de vista.
El egoísmo impide la comprensión. Todos
somos distintos y aún entre diez mil personas no vamos a descubrir dos
que sean almas gemelas. Si no estoy dispuesto a ponerme en lugar del otro no
puedo comprender. O sea, no hay mucho amor. Y vienen las críticas, las
quejas, los enfados, e incluso los rencores y odios. Y la sociedad se empobrece
y se enturbia.
La crítica es manifestación de
egoísmo. Si sabemos salir de nosotros mismos podemos entender intenciones,
ver lo positivo, descubrir otro punto de vista. Entonces hay diálogo,
sabemos escuchar, y aprendemos de quién nos acompaña.
La comprensión es caridad cristiana, y
cuando se pierde el sentido cristiano de la vida, terminamos por no comprender
ni al vecino, ni al colega de trabajo, ni al mejor amigo.
Algo malo debe haberle pasado a nuestra
democracia, democracia de partidos, cuando la comprensión entre unos y
otros está totalmente descartada. El sistema político actual,
consiste en atacar denodadamente, sin la más mínima posibilidad
de dar la razón en algo al contrincante. Por eso la campaña
electoral es sinónimo de batalla campal, tiempo de acusaciones,
manifestación de divisiones, en las vallas, en los espacios
publicitarios, en las noticias y portadas de periódicos.
No dejaría de ser triste una sociedad en
donde la comprensión esté ausente de la vida pública y de
la vida privada.
Ángel Cabrero Ugarte
Emitido en Intereconomía
el 1 de febrero de 2008, a
las 20,15
Para leer
más:
Guardini, R. (2007) La esencia del cristianismo,
Madrid, Cristiandad
Pieper, J. (2003) Las virtudes
fundamentales, Madrid, Rialp