La connaturalidad de la confianza

 

Las cartas recientemente publicadas de san Josemaría Escrivá de Balaguer dentro de las obras completas que está editando Rialp, nos. hablan una y otra vez de un concepto clave: naturalidad y normalidad. Por ejemplo, en febrero de 1940, en Zaragoza, una sola visita del beato Álvaro del Portillo, bastó para que cuajaran las primeras vocaciones: un proyecto divino y universitario.

Inmediatamente, los tres respondieron que sí y terminaron por ser personas claves en la historia de la salvación. Uno abrirá camino en Portugal y Brasil, otro en la Universidad de Barcelona y Madrid, será notario y fundador de la UNED. El tercero catedrático de Filosofía en Sevilla, fue formador de pensadores andaluces en el mundo entero.

Precisamente, el venerable siervo de Dios, Isidoro Zorzano, el 16 de julio de 1943 estaba a punto de morirse y avisaron al Fundador. San Josemaría estuvo con el enfermo mucho rato preparándole para morir. Al salir, José Javier entró en la habitación e Isidoro le preguntó: “¿Por cierto te acuerdas en febrero de 1940 cuando yo te entregué mi crucifijo? ¿No lo habrás perdido? Mirando ese crucifijo, yo vi como el beato Álvaro del Portillo y sus acompañantes se pasaron al otro bando el día del Pilar de 1938”.

Ese crucifijo está ahí en la exposición de la vida de Isidoro en Málaga. Es un documento muy importante porque junto a las pruebas humanas de su formación académica o profesional o cultural o social, están también las pruebas de sus virtudes sobrenaturales. La connaturalidad humana con Dios y la connaturalidad sobrenatural.

Indudablemente, el mundo natural y el sobrenatural se entrelazaron en la primitiva comunidad cristiana pues todos ellos coincidían en haber tocado a Dios como todos los que estamos aquí. Impactados por el encuentro con Jesucristo: Marta, María, Lázaro, Zaqueo, el ciego Bartimeo, María Magdalena.

Todos cambiaron de vida y todos pudieron hablar toda su vida a los demás de lo que habían visto y oído, lógicamente, no podían callar porque la fuerza de su mirada los sedujo y la calidez de su conversación, su seguridad, su sonrisa.

En realidad, el problema de entonces es el mismo de ahora: si acallamos esa voz, si perdemos el hilo de la conversación con Jesucristo, haremos seguramente cosas geniales, amaremos a nuestros seres queridos y trabajaremos duramente, pero a nuestra vida les faltará siempre algo. San Josemaría os decía, si no hacéis de los chicos almas de oración habéis perdido el tiempo. Almas de oración significa, por tanto, trato personal, complicidad diaria, hacerlo todo juntos, compartirlo todo y vivirlo todo.

Esa era la vida diaria de Isidoro en estas tierras de Málaga, sin más, una cosa detrás de otra, simpatía, normalidad y naturalidad, pero hablarlo todo con él: por eso se jugaba la vida por Jesucristo, como nosotros.

José Carlos Martín de la Hoz