La cortesía o respeto



En las grandes ciudades hay muchos apretujones.
Somos tantos los que coincidimos en los mismos sitios: en el metro, en el
atasco de las entradas mañaneras, en el restaurante cercano a la oficina, en
los pasillos de
la universidad. En tanta aglomeración somos
más conscientes de la importancia de
la cortesía. Se vive mejor si hay
respeto, si se descubre la dignidad de la persona cercana.


 


La cortesía es una virtud originaria de la
Corte, que suponía unos modos de hacer. Pero hoy sigue siendo muy conveniente.
Ser corteses es ser respetuosos. En las muchedumbres que se agitan en los
centros comerciales; entre aquellos que casi se pisan en las aceras de las
calles, en los que suben y bajan apretujados por las escaleras mecánicas, se
agradece el grado de humanismo que proporciona la deferencia.


 


Se trata de comprender que ahí al lado, muy
cerca, tengo otra persona, que es siempre merecedora de atención, de amabilidad.
Se decía con frecuencia que se puede medir el comportamiento de las personas en
el juego. El grado de enfado del deportista por los simples lances de la
confrontación va en contra de su reputación como persona respetuosa.


 


Otro mundo difícil de encuentros o mejor, de
posibles encontronazos, es la circulación rodada. ¡Cómo llama la atención en la
carretera o en las calles la persona atenta, amable, que sabe ceder! ¡Cómo se
sufre en muchas ocasiones al maleducado que no sabe respetar la dignidad de los
demás y procura colarse, echar del carril al vecino, tocar el claxon con insolencia!


 


Hoy está muy de moda la rotonda, que es una prueba
evidente de la cortesía del conductor. Al encontrarte con una siempre tienes
que ceder a quien viene por tu izquierda. Es una prueba de paciencia, de
concordia. Si se mira una de estas rotondas desde fuera, con cierta
perspectiva, descubrimos que se llega a un grado de sincronización espléndido, donde
parece que todos los coches se mezclan sin un orden pensado, siempre y cuando
no llegue el déspota, que ante la educación de los demás se aprovecha para ir a
lo suyo.


 


La cortesía supone dejar espacio. ¡Qué gusto da
cuando llegas a una puerta de un pasillo en la Universidad y por el hecho de
ser profesor o ser adulto el alumno cede el paso amablemente! Es sin duda una expresión
de civilización, de respeto. Es manifestación, aunque no lo razonemos cada vez,
de que percibimos a una persona en toda su dignidad.


 


Hay que dejar espacio, proporcionar libertad a
quien me encuentro, facilitarle sus intenciones. En ese equilibrio de las masas
se ve la cortesía, y se notan siempre las faltas de corrección. El chulo, el
listillo que se cuela, denota, a los ojos de todos, indignidad. No deja de ser
un pobre hombre, porque el perjudicado como consecuencia de ese abuso es el que
abusa, no el atropellado.


 


Jesucristo nos mandó vivir la caridad, y hay una
caridad de los grandes actos y hay una caridad de lo pequeño, de los detalles, tan
necesaria para hacer amable la convivencia.


 


Ángel Cabrero Ugarte


 


Intereconomía, 11de marzo de 2008, 20,25


 


Para leer
más:


 


Lubich, Ch. (2006) El
arte de amar
, Madrid, Ciudad Nueva


Benedicto XVI (2006) Deus
caritas est
, Madrid, Palabra


Lewis, C.S. (1998) El
perdón y otros ensayos cristianos
, Andrés Bello


Martí, M.A. (2001) La
tolerancia
, Barcelona, Eiunsa