Todavía resuenan en los oídos de los historiadores actuales las falsas acusaciones del historiador británico Edward Gibbon (1737-1794) contra el cristianismo acusándole de influir decisivamente en la caída del Imperio Romano por diversos motivos: la pérdida de la unidad del imperio al negarse a adorar al emperador como dios, poner los intereses de los hombres en el más allá y olvidarse del más acá y la dedicación de tantos sacerdotes y monjes en la sociedad, es decir, manos muertas para la economía y el progreso. La acusación de que el mensaje de la caridad habría entibiado a los ciudadanos romanos en la defensa de las fronteras y en las cualidades del ciudadano romano; finalmente, decía escandalizarse por las herejías, falta de unidad, etc., entre los cristianos (pp. 5 y 6).
Enseguida comentarán nuestros autores, con contundencia: “Desde la década de 1950, investigaciones más detalladas y ecuánimes han dejado claro que el cristianismo no minó la unidad cultural clásica, sino que más bien la encaminó por nuevas y excitantes vías” (8). En términos ya económicos, añadirá: “Gibbon estaba equivocado: el Imperio romano no experimentó un largo y lento declive desde su Edad de Oro del siglo II y hasta su inevitable caída en el V” (12).
A continuación, y dando un salto de siglos, se referirán al declive del imperio español en el siglo XVI debido a la utilización del metal precioso americano para comprar productos en Europa y en Asia para llevarlos a América “en lugar de transformar sus economías. Esto provocó una expansión económica aún mayor en el norte de Europa y una inflación galopante en el imperio español” (17).
Pronto regresarán al imperio romano para caracterizarlo a lo largo de la historia. En primer lugar, como un “imperio conquistador de territorios” respetando las costumbres y gobiernos locales, pero imponiendo el derecho romano y los gobernadores romanos por encima. Esto le lleva a hablar de “Estado conquistador” (29). Y, poco después le llevará a la “comunidad económica de dominio global” (31) para concluir en la decadencia y la destrucción (32). Es decir: “su tiempo se había acabado” (75).
Es interesante que Boris Johnson, ex primer ministro, hablando de la situación del imperio británico recuperado tras el éxito del brexit establezca la comparación entre los inmigrantes y las invasiones de pueblos germanos en el siglo V (113). Esto es desconcertante, puesto que los inmigrantes llegados a Inglaterra desde 1945 han formado parte capital del rol económico inglés en el final del siglo XX (115). La reacción actual de Estados Unidos, Canadá, Japón y Europa está siendo muy dura con el control de la emigración, aunque haya subido la media de edad y se esté produciendo un envejecimiento alarmante de la población. En el fondo, los cálculos que han hecho las potencias desarrolladas cuanta con que con la inmigración legal y la ilegal actuales es suficiente para continuar el sistema (117).
José Carlos Martín de la Hoz
Peter Heather-John Rapley, ¿Por qué caen los imperios? Roma, Estados Unidos y el futuro de Occidente, Desperta Ferro ediciones, Madrid 2024, 196 pp.