La destrucción del lenguaje

"La destrucción de

las palabras es algo de gran hermosura.

(…) ¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento?".
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Así se expresa uno de los personajes de la

célebre novela de Orwell, 1984 (Destino

2004, p 58). Orwell quería denunciar lo que podía llegar a ser el mundo bajo un

totalitarismo como el que se apuntaba ya en Rusia en los años en que escribe. Un

futurible estremecedor de esclavitud totalitaria.

La intención terminante

de los jefes, en aquella novela clásica, era terminar con la libertad. Y una de

las armas más eficaces era la destrucción del lenguaje. Destruir palabras,

reducirlas todo lo posible, de manera que llegara un momento en que hubiera

conceptos que no se podrían expresar.

Al leer
style='mso-bidi-font-style:normal'>1984descubrimos mensajes proféticos que se

convierten en realidad en la sociedad en que vivimos. Pensamos en la

destrucción del lenguaje a la que asistimos impávidos en nuestros días. Hay

muchos jóvenes, y no tan jóvenes, que no son capaces de leer un libro de cierta

entidad literaria porque no lo entienden. Y, desde luego, no piensan en

consultar un diccionario. Así vemos que los libros de éxito son los más

simples. Los chavales destrozan las palabras para abreviar en los móviles. Los

académicos suprimen acentos y signos de puntuación, para simplificar el idioma.

O sea, empobrecerlo, que si se pierden unos cuantos conceptos no pasa nada.

Y lo que es peor, se

tergiversa constantemente el sentido de muchos términos. Cuando se pronuncia la

palabra libertad, la inmensa mayoría

de los usuarios del castellano entiende "hacer lo que me da la gana", "a
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no me obliga nadie", "no quiero responsabilidades", etc.

En cambio para expresar la capacidad que tiene el hombre de dirigirse con

determinación hacia el sentido de su vida, ya no hay palabra adecuada.

Por lo tanto no se

entiende el cristianismo: que Jesucristo es el Hijo de Dios que se hace hombre

para redimirnos, o sea para librarnos de la esclavitud del pecado, eso ya no lo

entiende casi nadie, porque pocos piensan que deban ser liberados de ninguna

esclavitud. Han conseguido que la mayoría sean unos torpes, esclavos del

sistema político, donde ante todo vale el "pan y circo" –futbol y gastronomía-.

Pero ¿quién promueve ese empobrecimiento opresor?

La palabra
style='mso-bidi-font-style:normal'>amor ha sido vaciada de sentido.
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¿Se escribe hoy alguna novela en la que se

exprese el enamoramiento de quien está dispuesto a dar la vida por la persona

amada? Eso ya no se lleva. Ahora amor es básicamente sexo, o sea egoísmo.

Cuando se dice que la esencia del cristianismo es el Amor, la mayoría ya no lo

entiende.

Cuando se
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habla de un sacerdote se piensa en un ser depravado, en un hombre egoísta,

encerrado en una iglesia, en un ser arcaico y hasta repugnante, a pesar de que

la mayoría de los sacerdotes, cientos de miles en todo el mundo, se dejan la

vida para servir a los demás. Es un ejemplo más de la degradación del lenguaje.

Y no digamos si se nos

ocurre hablar de la Verdad. Ya no es

que cueste entenderla, es que está prohibido. Cualquier día un juez nos acusa

de defender la Verdad. Que Jesucristo es el Camino, la Verdad
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y la Vida. Hay mucha gente que cree que

existe la verdad pero no tienen valor para decirlo, tal es la animadversión

originada.

¿Quién está detrás de

este empobrecimiento? ¿Es un genio maligno que quiere encadenar a la Humanidad,

o son simplemente los políticos a quienes no les conviene que la gente piense?

Podríamos hacer una lista larga de los libros editados en los últimos años para

demostrar lo dicho. Libros en donde libertad es esclavitud, amor es egoísmo

sensual, en que todo lo que es cercano a la Iglesia es malvado, en donde el

relativismo está en el fondo del argumento. Piense en todos los títulos más sonados

de los últimos meses, los que están en la lista de los más vendidos, y si

encuentra uno que se libre, por favor

avise, para que hagamos una fiesta.

 

Ángel Cabrero Ugarte