Seguramente pocos ciudadanos se extrañen ante el interés que los políticos tienen por decidir sobre la educación. A los expertos del Partido Popular les ha costado Dios y ayuda terminar de confeccionar una Ley de Educación, y poco les ha costado a todos los demás partidos políticos juramentarse en la idea de acabar con esa ley en cuanto tuvieran poder para ello. Esto no ocurre con ninguna otra normativa, que puede gustar más o menos, pero se sabe que tienen partes útiles y, quizá, algún artículo que se pueda mejorar. Pero la Ley de Educación ha suscitado la animadversión total desde el primer día.
No nos vamos a sorprender de que todos los políticos tengan la educación en tanto valor. Educar es mucho más que enseñar y los políticos tienen buen interés en formar a unos ciudadanos conforme a su hechura ideológica, para ir haciendo poco a poco futuros votantes. Por eso sería de agradecer que la persona o personas que confeccione esa ley sean expertos en la materia, empeñados en una educación en valores cívicos y humanos, que lleven a los jóvenes a entender qué es la verdadera libertad.
Si hay algo fácil de destruir en un joven, con un poquito de cuento y manipulación, es la libertad interior, su capacidad de tomar decisiones esenciales para la vida, su capacidad de tener una meta definitiva que incluya todos sus ideales y metas intermedias. Es muy fácil poner en manos de los jóvenes los instrumentos que les esclavicen, que les aten, que les hagan olvidar lo que significa construir, servir, ayudar, amar, y preparar el camino hacia su meta última. Lo más fácil es caer en la vaciedad, en el egoísmo. Y eso lo hace el político de manera más o menos consciente. Es mucho más fácil hacer perritos falderos que buscan placeres que hacer personas responsables que quieren construir su vida y ayudar a los demás a construirla.
Una parte importante de la educación privada y concertada se basa en principios importantes para la vida de los jóvenes. Se educa en valores, se educa, sobre todo, en virtudes. Educar las virtudes supone casi siempre importunar la indolencia del joven, más cuando el ambiente es materialista. El niño tiende a lo que le apetece, quiere esas cosas bonitas y divertidas que ven en otros amigos. Se podrían pasar horas jugando con maquinitas, viendo cosas insulsas en las televisiones. El educador sabe que tiene que poner orden, exigir horarios, pedir metas a corto y medio plazo, para que el niño, el joven, vaya construyendo un carácter, vaya madurando en la generosidad.
Eso cuesta, y en muchos casos no interesa. Es más manipulable el joven sin fortaleza. Por eso una enseñanza media permisiva en realidad es más útil para el político, porque se manipula con charlatanería a quienes son egoístas. Se les ofrece el oro y el moro y ahí tiene unos votantes asegurados. Los educadores responsables, los padres responsables, saben que tienen que exigir a los jóvenes actitudes costosas, constancia en el estudio, orden, camaradería, que supone generosidad. Esto no es lo que se busca en muchos centros educativos públicos, donde se permiten todo tipo de desidias, bien por pereza, bien por ideología.
Es muy distinto enseñar unos cuantos datos que educar.
Ángel Cabrero Ugarte