Los griegos definían la democracia como el sistema que hacía posible la exposición y discusión de las diversas ideas de todos, buscando como fin último la verdad. La democracia moderna, sin embargo, surge fundamentalmente como un sistema para desalojar pacíficamente al mal gobernante por la fuerza de los votos.
No es preciso reflexionar demasiado para tener la certeza de que, en la actualidad, la mayor parte de los esfuerzos de los partidos van dirigidos, bien a la permanencia en el poder a toda costa; o bien a derribar al contrario lo antes posible.
Esa pretendida actitud de diálogo que tanto oímos está, en muchas ocasiones, vacía de contenido. Procurar lo mejor para los ciudadanos queda hoy, casi siempre, en un segundo plano. Sin embargo, la búsqueda de la verdad objetiva sobre las cosas en la vida social y de las personas es premisa previa pues, de lo contrario, el diálogo es absurdo y no conduce a nada.
La democracia, entendida como mayorías parlamentarias, no lo legitima todo. Los valores en los que se sustentan la civilización occidental o el propio concepto esencial de sistema democrático, están por encima de las votaciones de esas mayorías, muchas veces artificiales e inestables.
El respeto escrupuloso a la vida, el concepto milenario de matrimonio como unión entre mujer y hombre, la protección a la familia como prioridad del gobernante, la libertad de las conciencias de todos y cada uno de los ciudadanos o el interés por preservar la unidad del estado; son valores morales anteriores al propio sistema parlamentario que éste debe cuidar y respetar.
Una auténtica democracia no es sólo el resultado de un respeto formal de las reglas sino que es fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos como son la dignidad de toda persona humana, el respeto a los derechos del hombre o la asunción del bien común como fin y criterio regulador de la vida política.
Si no existe un consenso general sobre estos valores, si lo que caracteriza a un sistema político es el relativismo ético que induce a considerar inexistente un criterio objetivo y universal para establecer el fundamento y la correcta jerarquía de valores; se pervierte la esencia de la democracia y se compromete seriamente su estabilidad.
Juan Antonio Alonso
Presidente de “Solidaridad y Medios”