La fe y el arte

 

"¿No crees que la igualdad, tal como la entienden, es sinónimo de injusticia?" (Camino, nº46); tratar acerca de la igualdad como valor político resulta delicado, Wiesenthal, en el ocaso de su vida, no teme abordarla y nos ofrece la posibilidad de hacer lo mismo.

La igualdad es uno de los objetivos de la Revolución francesa que ha sido incorporado al acervo político occidental. Para los revolucionarios franceses la igualdad suponía eliminar los privilegios creados por el Antiguo Régimen a favor del primer estado, la nobleza; nunca supuso igualdad económica entre los ciudadanos, la cual no se ha dado nunca.

La Revolución industrial hace ver que no vale de nada la libertad si no se proporcionan a las personas los medios económicos para disfrutarla. Nacen así las tendencias socializantes que, en su inicio, tenían una dimensión también cultural: el yunque y la pluma, el trabajo y la cultura. Estas tendencias igualitarias alcanzan su cenit con las Declaraciones de derechos del hombre y del ciudadano (1789 y 1948), que pretenden abarcar todas las dimensiones en la vida de la persona: económica, cultural, familiar, etc.

Las declaraciones de derechos son objetivos de mínimos extraídas de la naturaleza espiritual, material, individual y social de la persona; no se pretende con ellas que todos los hombres y mujeres tengan la misma cultura, el mismo patrimonio, la misma salud o la misma familia; hay razones externas, imponderables fercuentemente derivados del individuo mismo, que lo imposibilitan. En este sentido la igualdad de derechos debe entenderse más como una igualdad de oportunidades que de resultados.

La Revolución comunista da un paso más alla en su concepto de la igualdad, con la previsión de una clase única y dominante, el proletariado: "De cada uno según sus capacidades y a cada uno según sus necesidades" (Carlos Marx, Crítica del programa de Gotha, 1875). Estos principios, a pesar de su aparente justicia, han demostrado ser limitativos de los derechos individuales, dado que, en función de los mismos, todo excedente de producción revertirá en el Estado y todo bien que exceda de las necesidades de los ciudadanos volverá a la organización estatal, que, por otra parte, es quien declara en cada momento cuáles son las necesidades de sus ciudadanos que va a atender y cuáles las del Estado.

La aplicación de estos principios exige la socialización de los medios de producción y, sobre todo, un poder fuerte y vigilante que evite cualquier apropiación indebida. Además, exige la eliminación de las disidencias culturales, más peligrosas para un Estado totalitario que la propia delincuencia económica: "En el delirio de la igualdad -escribe Wiesenthal- se atrinchera fácilmente el despotismo del Estado moderno" (pág.415).

Wiesenthal se alza en contra de la igualdad forzosa que los nuevos inquisidores pretenden llevar al ámbito cultural y literario: "Casi todos los escritores bohemios -entre los cuales se incluye a sí mismo- tienen en común esa búsqueda romántica de la originalidad, del pensamiento libre y de la distinción estética, frente al igualitarismo burgués" (pág.379), y "un proletario -añade con humor- se convierte en burgués en cuanto se compra una casa y paga la hipoteca" (pág.381).

Hoy la originalidad y la libertad siguen suponiendo un peligro para quienes desee ejercerlos, tal como advertía el autor: "El racionalismo y el materialismo conducirían a una civilización prosaica [mediocre] en la que los artistas románticos tendrían dificultades para sobrevivir" (pág.379). Esta realidad la pueden testificar hoy los defensores de la religión, de la familia y de la vida.

Como ejemplos de escritores idealistas Wiesenthal señala a Cervantes, "defensor de la piedad interior verdadera y valiente" (pág.404), o aquellos a los que el autor denomina profetas, "como Tolstoi o Dostoievski [que] intuyeron la simplificación moral que hay en el racionalismo materialista" (pág.403). "Solo la fe y el arte -concluye el autor con evidente idealismo- pueden salvar el mundo encontrándole un sentido" (pág.412); fe en el hombre y en su mejor naturaleza, fe en la verdad y en la belleza.

Juan Ignacio Encabo Balbín

Josemaría Escrivá, Camino, Rialp.
Mauricio Wiesenthal, Siguiendo mi camino, Acantilado 2019.