Casi seguro que cualquiera que pueda leer este artículo ha tenido ocasión de ver en la prensa o en la TV las escenas dantescas que se han producido recientemente en el Everest. La última noticia que tengo es de diez muertos en el atasco, no de coches, sino de alpinistas en la inmensa cola para arribar a la cima más alta del mundo. ¿Qué ha pasado? De pronto, de una cima a la que se accedía con extrema dificultad, hemos pasado de que algún alpinista conseguía llegar, con más o menos medios, a que haya multitudes. Pero, además, por lo que parece, sin las debidas precauciones.
También me han contado que, en cuanto ha empezado el buen tiempo, el Camino de Santiago se ha llenado de peregrinos hasta límites nunca vistos. Y eso que la catedral apenas se puede visitar porque está en obras.
¿Qué tendríamos que pensar de estos fenómenos que se han convertido de masas? Alguno piensa que hay cierto borreguismo, voy donde va todo el mundo, es lo que toca, está de moda. Ojalá que todos los peregrinos que se amontonan en estos días por el Camino sean personas verdaderamente interesadas por conseguir un empujón en su vida, como nos cuentan la mayoría de las personas que lo hacen. Hace años pasé bastantes horas confesando en la catedral a los que iban llegando, en año santo, y ciertamente había infinidad de conversiones.
Me parece que lo de la Feria del Libro es algo parecido. Es lo que toca. Me resulta difícil admitir que esos miles de personas que se acercan al Parque del Retiro en estos días hayan leído algún libro en el resto del año, o desde la última feria. Mi experiencia, de no pocos años, es que, incluso las personas en quienes descubres un cierto interés por leer te dicen, con pena o con cara de cansados, que no tienen tiempo para leer. Hay gente que lee ensayo, otros que leen historia, muchos que leen novelas y otros que leen espiritualidad. Pero la inmensa mayoría no lee nada.
No tienen tiempo.
Pero te cuentan, sin el más mínimo reparo, de qué va la serie tal o la seria cual, que es ver cine simplemente por “perder un poco el tiempo”, porque están muy cansados. Pero ni un libro. Esto es lo que hay incluso en ambientes culturales. Conozco bastantes profesores que no leen un libro de literatura o historia porque leen lo de su especialidad, o sea cuestiones técnicas necesarias para una investigación. Pero leer por leer, por agrandar su cultura en todas las direcciones, por aprender a escribir, por disfrutar con esos personajes que han creado los clásicos y los escritores de ahora para que pensemos un poco en cómo es la vida, de eso nada.
Pero entonces, ¿quién va a la Feria? En realidad, es lo que se lleva, y si de paso se puede hacer una foto con un conocido o consigue que alguien le firme un libro, pues ya tan contentos. Sería muy interesante investigar cual es el número de libros firmados que no los ha llegado a leer nadie. No serán pocos porque, en realidad el interés por el paseo en la feria es la firma o la foto, o estar donde están todos.
Pero si la Feria del Libro consigue que cien personas se conviertan en lectores, ya habrá compensado el esfuerzo.
Ángel Cabrero Ugarte