La generación del mando a distancia



Cuando compré el coche que
utilizo actualmente el vendedor me advirtió que si incluíamos llaves
centralizadas con mando a distancia me salía más caro que si no lo tenía; una
cantidad significativa. No dudé un instante y le dije que no necesitaba para
nada el control remoto de las cerraduras. Cada vez que veo, en mi garaje, cómo
otros conductores salen del suyo y, una vez que se han alejado, aprietan el
botón y suenan las cerraduras y se encienden los intermitentes, no dejo de preguntarme
por la utilidad o el sentido del gesto.


 


En el televisor es también
imprescindible el mando a distancia, de manera que el espectador pueda buscar y
rebuscar canal sin mover un músculo, tirado en el sofá con actitud indolente.
Aquí se entiende mejor la utilidad: se trata básicamente de que nos
acostumbremos a no movernos. Es la ley del mínimo ejercicio, que nos muestra,
en una casa con niños pequeños, cómo se tiran en el sofá o en suelo y pasan de
una canal a otro sin orden alguno, o cambian de emisora en la radio. Todo menos moverse.


 


No dejo de pensar en la ventaja
de estos artilugios y, la verdad, no encuentro ninguna salvo alimentar la flojera. Pero yo pensaba que
todos los padres deberían aplicarse en la educación de sus hijos luchando
contra su pereza, así que no acabo de entender. En esto y en otras muchas
cosas, los padres enseñan, con su actitud y sus gastos caprichosos, la ley del
mínimo esfuerzo. Y luego nos sorprende que haya niños gordos y adultos muy
gordos.


 


A pesar de todo, los jóvenes,
muchos más de los que serían de desear, llegan a la Universidad. Siguen con
esa ley en sus mentes perezosas. El profesor les encarga un trabajo de
investigación y el estudiante, para no perder sus modos adquiridos en el
bachillerato, busca en el "Rincón del vago" o en Wikipedia. Y si encuentra algo
que suene, copia y pega y se queda tan tranquilo. Pero claro los profesores
también conocen Google.


 


La actitud del universitario, con
bastante frecuencia, es la de no darse por enterado sobre la materia durante
casi todo el curso, para pasar al final del curso, sin solución de continuidad,
al agobio extremo, mirando al profesor como a un torturador o, al menos, como un
desconsiderado sin comprensión alguna hacia el pobre alumno. Pero lo peor es
que estos niños del mando a distancia siguen siendo niños en la universidad,
puesto que no hay ningún esfuerzo en su vida que les haya ayudado a madurar.


 


En este ambiente, pedir un favor,
pretender un pequeño servicio en el hogar, aconsejar un trabajo relativamente
arduo en cualquier situación de la  vida,
es como pedir peras al olmo. Me gusta pensar en el ambiente de la Sagrada Familia de Nazaret.
Me gusta imaginar el buen hacer de Jesús en el taller de José, en los trabajos
domésticos junto a María o la relación de compañerismo con sus vecinos y
amigos. Porque si de Él se dijo "todo lo ha hecho bien", es indudable que supo
vencer a la pereza. Y
alguno me dirá: "¡Claro, así cualquiera, ellos no tenían mando a distancia!".


 


Ángel Cabrero Ugarte


 


Radio Intereconomía, 31 de mayo
de 2008, a las
20, 25 horas.


 


 


Para leer más:


 


Naval, Concepción (2008) Un teoría de la
educación
, Pamplona, Eunsa


Maritain, Jacques (2008) La educación en
la encrucijada
, Madrid, Palabra


Bueb, Berenhard (2007) Elogio de
la  disciplina
, CEAC