El 19 de marzo de 1812 se proclamaba solemnemente la Constitución de las Cortes de Cádiz, es decir una Carta Magna promovida por unos cuantos liberales patriotas, no afrancesados, y llegados de muchos lugares de España y de América que fundaron una nueva España sobre los principios del liberalismo europeo.
Asimismo, como consta en las Actas, se sometieron al rey de España Fernando VII, en una suerte de monarquía parlamentaria, quien vivía destronado en Francia y que, intelectualmente y de corazón, era profundamente antiliberal y católico conservador al más puro antiguo régimen.
Fernando VII, había viajado de incognito por España antes de ser llevado con el resto de la familia real preso a Francia, y tenía anotadas sus impresiones, entre las cuales, figura la más importante de todas: la dicotomía real entre la mayoría del pueblo y sus gobernantes. Esto mientras España no fuera una República democrática no tendría problema, pues el que gobernaba mandaba, pero, en cuanto España se convirtió en abril de 1931 en república y, por influjo de la masonería, en una democracia liberal, entonces vino otro golpe militar, como el de Primo de Rivera, pero, esta vez no funcionó.
Además, algunas de las fuerzas políticas que sobrevinieron a la dictadura de Primo de Rivera eran verdaderamente revolucionarias y esperaban repetir el experimento del paraíso comunista que imperaba en Rusia desde 1917. Otros, como los 500.000 anarquistas inscritos en España, deseaban el fin del estado.
Existía una amplia mayoría en el país, conservadores, que se habían agrupado en torno a la CEDA que eran demócratas de corazón, aunque deseaban eliminar los artículos anticatólicos de la Constitución de 1932. También, existían grupos de derechas no partidarios de la democracia liberal, e incluso fascistas, aunque más católicos que el Duce italiano o que Hitler.
Asimismo, existían, lo que ahora se denomina los demócratas o liberales de centro, como eran Azaña, Lerroux, Alcalá Zamora, etc. Que, según algunos, hubieran podido reconducir la situación si no hubiera habido un golpe de estado.
Además, las fuerzas nacionalistas, como el PNV o ERC o la Lliga eran fervientes partidarios de la separación de España de Cataluña, el País Vasco y Galicia, pues pensaban que los sindicatos marxistas y anarquistas y los liberales progresistas eran anticatólicos e iban a destruir la religión católica y por tanto la esencia de sus pueblos.
Indudablemente, el golpe de Estado de 1936, no fue como los anteriores, ni siquiera como el de Primo de Rivera, sino que llegó para separar España, en dos bloques: los liberales y los conservadores. Pero, la dictadura de Franco terminó en una democracia, puesto que a lo largo de cuarenta años la mayoría de la población vivió al margen de la política y, cuando murió el dictador, tomaron las riendas del país y de la política y convirtieron España en una floreciente democracia liberal hasta nuestros días.
España era ya suficientemente democrática en 1936 y, cuando se saborea la libertad, siempre se acaba volviendo a ella y, además, la Europa de la que Franco nos desenganchó, nos volvió a reclamar pues era imposible una Europa sin España que había sido su eje vertebrador en los siglos XVI y XVII.
José Carlos Martín de la Hoz