El Manual de teología dogmática sobre la Iglesia redactado por el profesor Johann Auer, ordinario de la Universidad de Múnich, destaca por su claridad y precisión, en general, así como, en concreto, por la interesantísima síntesis histórica que el autor desarrolla acerca del hacerse de la Iglesia en la historia y, en ese sentido, deseamos ahora detenernos brevemente en cómo se veía el ser de la Iglesia durante el oleaje de la modernidad (75-81).
En primer lugar, hemos de recordar que desde el siglo XVI, las iglesias reformadas hicieron de la justificación el problema clave en la búsqueda de la concepción eclesial: “Lutero la esperaba únicamente de la palabra de Dios. Calvino solo veía garantizada la justificación del hombre en la predestinación. Lo decisivo es que ya no se plantea la esencia sobrenatural de la Iglesia, sino más bien la estructura y los condicionamientos externos de la misma: la Iglesia está allí donde ha sido predicado el evangelio y donde se administran rectamente, que no son más que dos” (76).
Asimismo, tanto el concilio de Trento como el catecismo de san Pío V, “se determina la esencia de la Iglesia por la pertenencia al magisterio, al sacerdocio y al ministerio pastoral” (Catecismo, parte I, cap. 10). Por tanto, nos dirá Auer, en el período postridentino “no se habla en realidad de la esencia de la Iglesia, sino sólo de las condiciones de pertenencia a la misma, cuando se quiere hablar de lo que es la Iglesia. Incluso frente a los sistemas ilustrados del galicanismo, febronianismo y josefinismo en los siglos XVII y XVIII son estas tres condiciones de pertenencia a la Iglesia las que se aducen por ambas partes, aunque sea con matizaciones” (77).
La vuelta a ahondar en el misterio de la Iglesia y en su esencia sobrenatural llegará en el siglo XIX, con “el retorno a la alta escolástica”. Es decir, con la renovación de la teología después del Concilio Vaticano I, cuando podemos hablar que: “El problema de la salvación vuelve a convertirse en la cuestión fundamental para la comprensión de la Iglesia. Möhler entendía la Iglesia como «la reconciliación real de los hombres con Cristo y por él, con Dios y entre sí» (Symbolo 1832, p. 163)” (77). En el Concilio Vaticano II “La Iglesia aparece no tanto como institución cuanto como acontecimiento histórico de salvación, como empresa de Dios trino en este mundo con la humanidad, por ella y para ella. Se vive la Iglesia en su conjunto como una Iglesia misionera: la misión no es sólo un cometido, sino un elemento estructural de la propia Iglesia” (80).
Finalmente, al valorar la doctrina contenida en la Constitución dogmática sobre la divina revelación, resaltará Auer que “no son los factores de la Escritura y de la tradición histórica, vistos con mirada intramundana, los que han de decir la última palabra, sino más bien el Dios viviente que se revela en la Escritura como en la Iglesia viva y en su misión en el mundo, y que al lado del ministerio es necesario volver a reencontrar el valor del carisma. Incluso el de los seglares. Por ello también se ha hecho hincapié de forma nueva en la importancia del Espíritu Santo para el desarrollo y acción de la Iglesia así como para la inteligencia de la misma” (81).
José Carlos Martín de la Hoz
Johann Auer, La Iglesia, Curso de teología dogmática, Tomo VIII, ediciones Herder, Barcelona 1986, 496 pp.