En el Manual de teología dogmática sobre la Iglesia redactado por el profesor Johann Auer, ordinario de la Universidad de Múnich, el autor desarrolla en pocas páginas el hacerse de la Iglesia en la historia y vale la pena detenerse a comentarlo escuetamente.
En primer lugar, nos recuerda Auder, que Dios había establecido una Alianza con el Pueblo de Israel de ahí que fueran ellos los primeros destinatarios de la Buena Nueva. “Sin embargo, Israel como pueblo y Estado rechazó la mesianidad a Jesús de Nazaret. Por tanto, el elemento judío no fue de hecho la única base determinante de la Iglesia, sino que fueron otros muchos pueblos, con su espíritu y su historia, los que desarrollaron, realizaron y dieron su impronta a la Iglesia” (69). Así mencionará al noble pueblo sirio, donde los fieles comenzaron a llamarse “cristianos” (Act 11,9). Los griegos que aportaron la lengua y su concepto vital del “creer y saber” (Clemente y Orígenes). Los romanos no solo persiguieron a los cristianos, también aportaron el “derecho y el orden”, la conciencia de “Estado” y subrayaron por su centralismo el ejercicio del Primado de Pedro (70).
El giro constantiniano (313) provocaría que la Iglesia obtuviera carta de naturaleza y, enseguida, la jerarquía eclesiástica añadió a su misión esencial de servicio sacramental y de la palabra el ejercicio de la potestad de regir las diócesis según el ceremonial bizantino y el esplendido desarrollo del culto en las grandes basílicas (71).
Tras la división del imperio en Oriente y Occidente, la Iglesia latina se vio envuelta en la invasión de pueblos germanos que arrasaron con toda la cultura, el orden y la civilización conocidas. Providencialmente el papa y los obispos pudieron mantener una cierta estructura y a través de los monasterios y canónigos capitulares rescatar la fe y parte de la cultura.
Las conversiones de las naciones y la recristianización de la sociedad a través de la filosofía, el derecho y el evangelio propiciaron la coronación de Carlomagno por el papa León III (800) como nuevo emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y pusieron el patrimonio romano bajo la tutela de los reyes francos (71). Daba comienzo la cristiandad latina que duraría hasta la edad moderna.
El desarrollo de la Iglesia medieval en occidente a partir del siglo XI tiene su raíz en la reforma cluniacense y cisterciense que buscaba la autonomía y desarrollo independiente del Estado de la vida y misión espiritual de la Iglesia. Tampoco podemos olvidar los famosos Dictatus papae de San Gregorio VII (1075). De hecho desde el Concordato de Worms (1122) comenzaron a recopilarse las colecciones de cánones del Corpus Iuris Canonici (1140). Que fueron aplicándose en las curias episcopales.
A partir de los grandes teólogos medievales como santo Tomás y San Buenaventura se fueron perfilando los fundamentos teológicos de la Iglesia como cuerpo de Cristo y del derecho canónico como dotada de poder eclesiástico independiente del poder civil (73).
José Carlos Martín de la Hoz
Johann Auer, La Iglesia, Curso de teología dogmática, Tomo VIII, ediciones Herder, Barcelona 1986, 496 pp.