Periódicamente conviene volver a los orígenes para llenarnos de ideas, de savia nueva, de esencialismo, para después abandonarnos en las manos del Espíritu Santo y proseguir la imponente tarea de la Nueva Evangelización desde el corazón de Jesús y sus pulsiones iniciales.
Es profundamente conmovedor descubrir en las fuentes de la Revelación y en las fuentes profanas, cómo la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo y su predicación del reino de Dios se fueron convirtiendo en el ser de la Iglesia, eso sí, en la vida, pasión y muerte de Jesús.
Efectivamente, se puede descubrir que la Iglesia estaba ya dentro del corazón de Jesús desde la anunciación, para mostrarse con naturalidad en la vida de infancia, en el Taller de José, en la vida oculta en Belén, Egipto y Nazaret: La Iglesia artesanal donde se desborda el amor de Dios (Cfr. Mt 13, 55).
Asimismo, se muestra el ser de la Iglesia originaria en el corazón de Jesús en el día del bautismo, cuando se rasgaron los cielos, descendió el Espíritu Santo y se escuchó la voz de Dios Padre: “Tu eres mi hijo muy amado en quien tengo puestas mis complacencias” (Mc 1, 9-11). En ese momento arranca la vida pública de Jesús el anuncio y la implantación del Reino.
Sucesivamente, Jesucristo comienza a recorrer todas las ciudades y pueblos de Judea, Samaría, Galilea, en los comienzos de la vida extraordinaria, fecunda y confirmada con milagros, es decir la vida pública del Señor: “convertíos y creed en el evangelio (Mc 1, 15).
Es, por tanto, la configuración de la Iglesia compuesta de hombres y mujeres, con un solo maestro, en misión de servicio permanente, curando enfermos del cuerpo y del alma, expulsando demonios, con una presencia arrebatadora de Jesús y una caridad tan extrema y total que cuando recibieron el mandato de la caridad simplemente vieron expresado por Jesús lo que ya les había enseñado a vivir en esa Iglesia hecha realidad.
Como afirmaba san Juan Damasceno, la Iglesia brota del costado abierto de Cristo, pero al igual que se anticipó sacramentalmente la muerte de Cristo en la cruz, también en la última cena cuando, se anticiparon sacramentalmente la institución de la eucaristía con las palabras de la consagración y la fracción del pan, con la ordenación sacerdotal de los primeros sacerdotes de la Nueva ley y, finalmente, con la proclamación del mandamiento del amor.
Todos estos momentos están magníficamente expuestos en el trabajo de Jesús de Nazaret del papa Benedicto XVI que conviene repasar en su edición conjunta.
José Carlos Martín de la Hoz
Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, BAC, Obras Completas VI/2, Madrid 2021, 657 pp.