Encarnación Ortega Pardo, una de las primeras mujeres del Opus Dei, recordaba muchas veces una frase de san Josemaría que había escuchado en unos días de retiro espiritual: “La mejor mortificación es la perseverancia en la ilusión del trabajo comenzado”.
En efecto, no basta, insistía el Fundador del Opus Dei, con perseverar cueste lo que cueste, apretando los dientes, con sentido del deber y con la necesaria fortaleza, sino que hemos de mantener viva la ilusión por la santidad que nos llevó responder a la llamada de Dios.
La ilusión, como la esperanza, hacen que la vida tenga un sentido dinámico, fresco, alegre e, incluso, un punto de pasión que la hace mucho más atractiva y hermosa, Pues la felicidad es nada más y nada menos que la íntima convicción de hacer lo que Dios quiere, es decir de tenerle contento.
Respecto al trabajo diario es capital la identificación con Cristo, pues las obras sin fundamento espiritual terminan por abandonarse. Así soñaba en cierta ocasión san Josemaría y lo relataba en tercera persona “que volaba en un avión a mucha altura, pero no dentro, en la cabina; iba montado sobre las alas. ¡Pobre desgraciado: cómo padecía y se angustiaba! Parecía que Nuestro Señor le daba a entender que así van —inseguras, con zozobras— por las alturas de Dios las almas apostólicas que carecen de vida interior o la descuidan: con el peligro constante de venirse abajo, sufriendo, inciertas” (Amigos de Dios n. 18).
Vivir de amor y vivir para amar es lo que hace tan feliz la vida de los santos y la vida de los enamorados, por eso es muy importante renovar la ilusión pues eso nos lleva a la perseverancia.
Afirmaba el cardenal Rouco que perseverancia es amar con constancia, es decir no es mero continuismo, por eso hace falta un amor renovado para dar continuidad y vida a los proyectos,
Esta doctrina es muy antigua, de hecho, San Gregorio de Nisa, en su tratado sobre la santidad del siglo IV, se preguntaba con toda crudeza y humor: “¿Por qué los cristianos no son santos? Porque son inconstantes”. Entonces, la solución es la conversón permanente.
Así se entiende que san Josemaría el santo de lo ordinario, se planteara que la “mejor mortificación es la perseverancia en la ilusión del trabajo comenzado”, pues no basta perseverar, es necesario hacerlo con ilusión. Es decir, de la desilusión porque tardan en llegar los frutos hay que pasar a la esperanza: “tengo mucha ilusión en este proyecto”, “deseo ver pronto a esta persona”.
Como afirmaba Julián Marías: “El deseo puede colmarse, pero la ilusión permanece”. Vivir de ilusiones, de proyectos, es amar con obras y de verdad. De vez en cuando debemos volver a nuestros recuerdos de felicidad, de intimidad con Dios y desde ese sabernos queridos y comprendidos.
José Carlos Martín de la Hoz