Hace pocos días, me acerqué a Toro con unos amigos para visitar la exposición de la serie de "Las Edades del Hombre", que se puede contemplar en la Colegiata de Santa María la Mayor, del siglo XII, y en la iglesia mudéjar –aunque sometida a bastantes reformas posteriores– del Santo Sepulcro en la misma villa zamorana. Con las lluvias, que han sido tan abundantes esta primavera, el campo castellano se mostraba exuberante y anunciaba una cosecha muy granada; incluso el amarillo chillón de las retamas embellecía a trechos los flancos y la mediana de la autovía. Solo por admirar la portada occidental de la colegiata ya mereció la pena la excursión, pero hay mucho más que ver.
Antes de regresar a Madrid, bajamos a un soto cercano al Duero, a un kilómetro de la población, para visitar la iglesia de Santa María de la Vega o del Cristo de las Batallas, un edificio de ladrillo, también de estilo mudéjar, sorprendente por su armónica austeridad. La iglesia estaba cerrada y, al parecer, solo se abre un sábado al mes, por lo que no pudimos contemplar el interior ni la talla de Cristo crucificado que allí se venera, pero valió la pena observar el exterior del edificio.
Hasta aquí, todo muy bien, pero qué desengaño cuando, en una de las fachadas, nuestras miradas se toparon con diversas pintadas que la manchaban y afeaban. Resulta penoso comprobar que abunda la incuria, esa falta de respeto por lo ajeno, incluso cuando se trata de obras de arte de las que tendríamos que sentirnos orgullosos y protectores, aunque solo fuera por respeto a nuestros antepasados. Qué contraste con la grata conversación que había mantenido casualmente la víspera con Luis Martín, chef de un restaurante madrileño: una persona enamorada de su tierra abulense de la Moraña, buen conocedor de su historia y de su arte. Hablamos de la plaza de la villa de Arévalo, una de las más bellas de España, de Madrigal, de su pueblo, de sus raíces…; y me recomendó que visitara en Olmedo el museo sobre el arte mudéjar de la zona. Espero hacerlo en cuanto pueda. Necesitamos leyes de educación y programas culturales y de fomento de la lectura ambiciosos para combatir tanta zafiedad y tanta indolencia.
Luis Ramoneda