El profesor y ensayista catalán Ferran Sáez Mateu (Granja d’Escarp, 1964), de la Blanquerna-Universitar Ramon Llull de Barcelona, ha editado un interesante trabajo recopilatorio de artículos en torno a la intimidad y privacidad en los “Ensayos” de Montaigne.
Evidentemente, desde la solitaria torre de Montaigne en el siglo XVI cuando decidió encerrarse en los 38 años en una torre de su casa rodeado de una inmensa biblioteca para leer y meditar y redactar unos ensayos que serán fruto de la privacidad: “decidió pintarse a sí mismo. No quería colorear sus atributos sociales (magistrado, alcalde de Burdeos, etc.), ni tampoco los familiares o los religiosos, sino la base en la que se asentaban estos” (220).
Lógicamente, en la privacidad de la torre y sin que nadie le interrumpiese y entretuviese pudo entrar en la intimidad para descubrir sus pensamientos y enfrentarse a ellos: su yo, su conciencia, sus ideas en ese impresionante espejo de sí mismo. La subjetividad total, como Descartes, verá redactarse unos ensayos que son periódicamente leídos y estudiados por los intelectuales de todos los tiempos. Precisamente ese tiempo de reflexión y de estudio de sus ideas convierte a Montaigne en el primer moderno: “El ensayo se gestó en la intimidad de la torre de Montaigne, retirado del mundo sangriento y humeante de las guerras de religión a la edad de 38 años” (31).
Enseguida nos recordará nuestro autor que la soledad “La intimidad remite a la estancia donde meditamos en libertad” (32). Pero, añadirá, que aquella celda no era un cenobio: no era un lugar de oración sino de reflexión. Por eso, nuestro autor nos recuerda que “Nadie tiene una conversación privada con Dios, sino intima” (33). Precisamente, en la intimidad de la oración con Dios, personal y confiada, Adán y Eva cayeron en la cuenta que “no hubo engaño por parte de nadie; son ellos los que no habían sabido resolver el enigma. Pagarán ese error; esa falta de pericia intelectual (soberbia) es justamente la que los conducirá a la muerte, que después de haber comido el fruto prohibido no es más que conciencia de la inexorabilidad de la muerte” (106). Concluirá: “La excusa es ineficaz ante lo íntimo” (35).
Es muy interesante las dificultades que se atraviesan en la intimidad de la conciencia. Por ejemplo, nos dirá con Gorgias el sofista al que Montaigne supo superar: “no hay nada. Y, si hubiera algo, no sería cognoscible. Y, si hubiera algo cognoscible, no sería comunicable”. Enseguida Montaigne saldrá en nuestro auxilio, pero rápidamente nos introducirá en otro enigma: “¿La realidad habita en la intimidad o es la intimidad la que habita en la realidad?” (55). Finalmente, se detiene Montaigne en el espejo del alma (101), donde hay preguntas como: “¿Qué sucede? ¿Qué me sucede?” (113). entrar en la conciencia (128) recuerda que la intimidad y el secreto de confesión van unidos “es la condición de posibilidad del perdón” (180).
José Carlos Martín de la Hoz
Ferran Sáez Mateu, La intimidad perdida, Herder, Barcelona 2024, 231 pp.