En un ambiente de tensiones son frecuentes los ataques de ira. En el miedo al virus, en medio de la pandemia, puede haber más tiranteces. Siempre hay personas totalmente agobiadas por el miedo a la contaminación, y al lado, quizá en la propia casa, un negacionista que no quiere saber nada con las vacunas. El conflicto está servido.
Pero también la misma organización del fin de año o de los reyes. Puede haber tensiones y, en un momento imprevisible, un ataque de ira, alguien que explota, y se termina la paz, el ambiente tranquilo de familia o entre amigos. Sabemos que estas cosas pueden pasar, pero son especialmente graves dentro de la familia, sobre todo dentro del mismo matrimonio.
Somos conscientes del daño que puede producir dentro de la familia el hecho de que existan ataques de ira, enfados serios, entre marido y mujer. “La ira -nos dice Richard P. Fitzgibbons- es un poderoso sentimiento de desagrado o antagonismo, generalmente provocado por lo que se percibe como un agravio o una injusticia. Se trata de la respuesta natural a la incapacidad de otros de satisfacer nuestras necesidades de amor, respeto y elogio. La causa del exceso de ira puede ser el egoísmo, la ansiedad o la tristeza (p. 21).
Seguramente muchos tenemos tristes experiencias de hasta dónde puede llegar un momento de ira, seguido de insultos, de agravios más o menos objetivos, hasta qué punto se pueden estropear unas fiestas por una salida exagerada, por la falta de paciencia o de comprensión.
Los viajes familiares, ya no digamos si sufrimos el inconveniente de un vuelo anulado. Las esperas al que siempre llega tarde, la cara de enfado de quien se siente postergado. Hay tantas cosas que nos pueden molestar o insatisfacer en unos días extraordinarios como pueden ser las vacaciones navideñas. Por eso es importante estar prevenido. Sobre todo si el conocimiento propio nos hace temer una reacción desproporcionada.
“Las personas no están programadas para recibir el resentimiento de los demás, sino su amor, su respeto y su delicadeza. La ira dirigida contra el cónyuge incrementa su ansiedad, disminuye su capacidad de confianza, debilita su seguridad, aumenta su irritabilidad y puede ser perjudicial para su salud física” (p. 22). O sea, puede ser un problema importante si no hay un empeño especial de prevención. Si las cosas se están poniendo un poco tensas, hay que parar: ¡No pasa nada! Hay que convencerse, no pasa nada por esperar un poco. No pasa nada porque nos hayan puesto una multa en la carretera.
Y si resulta que la otra persona ha tenido un arranque tremendo de ira, saber perdonar. Quitar hierro. “La fe supone una gran ayuda para muchos matrimonios que luchan contra la ira. La oración y los sacramentos, en especial los de la Eucaristía y la reconciliación, ayudan a los esposos a gestionar la ira del pasado y del presente de un modo más maduro, racional y afectuoso” (p. 41). Si estas fiestas son realmente cristianas siempre será más fácil hacer la vista gorda. Si lo que nos mueve es el amor, no habrá grandes problemas.
“El empleo del perdón, (…) resuelve la ira provocada por las heridas del presente y del pasado, y reduce la tensión matrimonial. El perdón ayuda a eliminar las explosiones de ira” (p. 26). Qué gran cosa es saber perdonar. Cuánto bien podemos hacer.
Ángel Cabrero Ugarte
Richard P. Fitzgibbons, Doce hábitos para un matrimonio saludable, Rialp 2020