La proximidad de la canonización de la Madre Teresa de Calcuta puede ser la ocasión de releer uno de sus libros más impactantes, “La Madre Teresa de Calcuta. Un retrato personal”, que escribió Leo Maasburg, sacerdote que acompañó a la Madre en muchos de sus viajes. Un libro que hace reír y que puede emocionar hasta las lágrimas, asequible a cualquier lector, pues se compone, en gran parte, de anécdotas de su ajetreada vida, a veces estremecedoras, a veces sumamente divertidas.
Las descripciones que hace el autor sobre las diversas actividades y trabajos que realizan la Madre Teresa y las Hermanas de la Caridad producen, a veces estremecimiento, a veces repulsión. Una cosa es oír hablar de la dedicación a los más pobres entre los pobres -como se refería ella hablando de sus actividades- y otra es leer los relatos detallados de su dedicación a los moribundos, a las personas que viven en la más absoluta miseria -también desde el punto de vista de la suciedad y el abandono- o de la ayuda prestada ante grandes catástrofes, con un trabajo extenuante. La diferencia en este libro es que quien escribe es también protagonista.
Al mismo tiempo hay datos suficientes entre las declaraciones de la Madre, o de enseñanzas personales más íntimas, como para descubrir sin ninguna duda dónde está el secreto. Cuenta el autor de este libro que “las hermanas dedicaban, por lo menos, una hora diaria a la adoración del Santísimo Sacramento expuesto en la capilla. En 1972, cuando una catastrófica inundación asoló Bangladesh, la Madre Teresa envió inmediatamente a sus hermanas allí para ayudar. Las necesidades eran enormes y la situación requería de las hermanas esfuerzos sobrehumanos. Así pues, les pidieron que hicieran una excepción y que no interrumpieran su trabajo para las sesiones de oración. La Madre Teresa se opuso: “No, las hermanas volverán a casa para la adoración y la Santa Misa”. Muchos de los miembros de los equipos de socorro que habían acudido a aquellas inundaciones no lo entendieron. Pero la Madre Teresa tenía muy claro que el vigor de las hermanas desaparece si no reciben diariamente el alimento que les llega a través de la Misa y de la adoración de la Sagrada Eucaristía” (p 104).
En estos aspectos se manifiesta la santidad de una persona, sabe que no está haciendo una proeza humana, está simplemente haciendo la voluntad de Dios. Al autor le decía en otra ocasión: “Padre, sin Dios somos demasiado pobres para ayudar a los pobres, pero, cuando rezamos, Dios deposita su amor en nosotros. Mire las hermanas son pobres, pero rezan. El fruto de la oración es el amor. El fruto del amor es el servicio” (p 102). Llenas de amor, como para repartir, porque están llenas de Dios. Sin duda, muchos esto no lo pueden entender.
Por eso se entiende muy bien que lo que desea la beata Teresa -próximamente santa- es llevar a las almas hacia Dios, pero por un camino muy claro, que es el amor. “Cuentan que un ministro de la dictadura comunista de Mengistu en Etiopía le preguntó a la Madre Teresa si también allí iba a intentar predicar y convertir gente, lo cual estaba terminantemente prohibido. Con gran prudencia, no abordó la pregunta directamente, sino que se limitó a decir: “Nuestras obras de caridad muestran a los pobres y a los que sufren el amor que Dios les tiene” (p 185).
Y al mismo tiempo no deja de advertir de que la pobreza más grave es la que sufre Occidente, tan alejado de Dios. Hay muchos pobres de espíritu, advierte la Madre Teresa, a quien hay que ayudar a encontrarse con Dios. Se empeña en los temas graves que aquejan a la sociedad materialista y advierte de la gravedad del aborto y del desorden tan grande que suponen la mentalidad anticonceptiva. Merece la pena volver sobre este y otros libros escritos sobre la que pronto subirá a los altares como santa, porque se manifiesta el amor de Dios y un afán de entrega que son un ejemplo maravilloso para quien lo lea.
Ángel Cabrero Ugarte
Leo Maasburg, La Madre Teresa de Calcuta. Un retrato personal, Palabra 2012