No es fácil ser conscientes del daño que hace el afán de estar a la última a la forma de ser de las personas, a su educación, a su modo de comportarse. Somos atacados sin ninguna consideración con todo tipo de publicidad, bien pensada, perversamente programada para engañarnos, para engatusarnos y, en definitiva, para que haya una serie de gentes que se enriquezcan con nuestro despiste.
Cada 5 minutos llegan a mi móvil algún input publicitario, de los temas más variopintos, intrascendentes y, a veces, absurdos. Borro sobre la marcha, pero a veces te pica la curiosidad.
Hay muchas personas que se forman para convencernos. Podríamos decir que estudian para engañarnos, pero suena un poco fuerte. Según se mire, no hay gran diferencia entre estudiar publicidad para que la gente pueda saber lo que es bueno o malo, o que se haga publicidad para dar a conocer novedades jugosas y tendencias publicitarias inconsistentes.
No es un engaño sobre los artículos que se venden, que pueden ser óptimos, o no. Pero se crean muchas novedades con el único motivo de enriquecer a unos cuantos. Se venden artículos de tecnología, de modas, libros, series, que sirven para que algunos ganen muchísimo dinero. Pero somos, los ciudadanos de a pie, tan ingenuos que llegamos a pensar que están construyendo maravillas para mi mejora o interés personal.
Los bombardeos a los que estamos sometidos son irracionales, totalmente exagerados y peligrosos. Son un grave riesgo porque, en la sociedad consumista en la que vivimos, a la mínima de cambio nos convencen de que ese nuevo invento me va a venir muy bien, y compramos cosas inútiles, única y exclusivamente porque nos ha parecido una novedad maravillosa e indispensable.
¿Hay modo de anular el ataque? No creo que sea fácil porque el comercio libre es intocable en nuestra sociedad capitalista. Cada uno que haga lo que quiera. Pero en lo que no piensa nadie es en ese joven caprichoso que se pone pesado y consigue cualquier cosa que se lo ocurra, solo por el hecho de haberlo visto a un amigo o porque la publicidad le ha resultado irresistible.
Alguien debería proteger a esa gente vulnerable, enfermiza, que necesitaría ayuda ante semejantes desmanes. Jóvenes sobre todo, mal educados y, por lo tanto, básicamente egoístas, que amenazan de hecho con destrozar a su propia familia si no le atienden en todas sus ocurrencias. Pero también ancianos que pueden pensar que alguno de esos inventos que le muestran en las pantallas será la solución para sus limitaciones.
Estar a la moda, hoy por hoy, es un planteamiento mentiroso. Hace años, cuando este afán de publicitar novedades era mucho menos acusado, se podía hablar de estar a la moda, porque cambiaban: en el modo de vestir, en las consumiciones, en los viajes; pero no eran cambios de cada cinco minutos. Ahora esa tendencia es arbitraria, exagerada y mentirosa. Solo se pretende vender.
Además, en muchos casos, son modos de hacer, modos de vestir, modos de vivir que resultan antinaturales y dañinos para la salud mental y moral. Pueden estar convenciendo a la gente más desprotegida de que es buenísimo algo que es ofensivo, violento o verdaderamente feo. Hay muchas novedades que surgen en estos días como algo interesante, que se lleva, y que no durará ni unos meses, porque ni tiene calidad ni es necesario para nadie.
Ángel Cabrero Ugarte