La Moral económica de Vitoria y Soto

 

Abelardo del Vigo, profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca, es uno de los mejores conocedores de la aportación de la escolástica española del siglo XVI a la moral económica y, en general, de la contribución al tratado de la moral especial, como se llamaba entonces, antes y después del Concilio de Trento.

En muchas ocasiones, ha explicado el profesor del Vigo por extenso, esta doctrina en importantes tratados, a los cuales nos remitimos, pues ahora nuestro interés es solamente, subrayar en unos cuantos rasgos, aunque sean muy generales, esta aportación española a la justicia y al verdadero desarrollo del hombre y de la sociedad.

Precisamente, la principal línea argumental que realizaron los teólogos dominicos Francisco de Vitoria, Domingo de Soto y tantos otros, fue aplicar la doctrina de santo Tomás de Aquino a los problemas corrientes de su tiempo, y esto tiene una palabra clave y siempre recordada: la dignidad de la persona humana. 

Precisamente, en este IV Centenario del nacimiento de Francisco Suarez que acabamos de celebrar, en tantos Congresos y reuniones científicas como se han celebrado, se ha hecho mención a la teología escolástica tomista renovada en la Universidad de Salamanca en el siglo XVI, de donde bebió el jesuita Francisco Suarez. Como refirió muchas veces el catedrático jesuita Padre Gómez Camacho en el acto celebrado en la Universidad Católica de Ávila en noviembre del año pasado, con motivo del acto organizado por el Instituto Luis de Molina de esa universidad.

Precisamente, Francisco de Vitoria y Domingo de Soto nos recordarán que la moralidad de las acciones de los comerciantes no puede condenarse a priori, sino que se derivará de los fines que se propongan en esas actividades, pues cuando lo que el mercader desea es sacar adelante a su familia, contribuir al bien común y al desarrollo de la comunidad nacional o internacional, esa bondad hará que la acción sea buena. Por el contrario, si lógicamente, busca solo el enriquecimiento, entonces al contradecir directamente la moral evangélica (Mt 19, 23-24), la acción será reprobable.

Lógicamente, en la mercaduría, se debe buscar comprar y vender al precio justo, que lo determinará no el Estado, más que en casos muy concretos, sino el libre albedrío, es decir, el común sentir de los hombres que están en el propio mercado, lo cual lógicamente, variará por muchas circunstancias y motivos. 

Asimismo, debe recordarse como hacen nuestros profesores salmantinos, que el lucro no puede ser un fin en sí mismo, sino que el fin es el servicio de la sociedad y contribuir a la felicidad y a la salvación de la persona. Muchas veces recordarán estos autores en sus tratados que “es más fácil que un camello entre en el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos” (Mt 19, 24). Por tanto, es preciso ser muy honrado siempre que exponerse a perder el alma o quedar atrapado por el atractivo de los bienes de la tierra.

José Carlos Martín de la Hoz

Abelardo de Vigo Gutiérrez, El comercio y los comerciantes. Martín Lutero, Francisco de Vitoria y Domingo de Soto, en Cuadernos Salmantinos de Filosofía, 30 (2003), pp. 615-628.