Uno de los mejores caminos para estudiar la moral económica de la Iglesia y de la sociedad española del siglo XVI, es acudir al primer catecismo universal promulgado tras el concilio de Trento clausurado en 1561 y promulgado en latín unos años después y traducido a las principales lenguas de su tiempo.
Se trata de una fuente imprescindible y, sobre todo, después de que el profesor Alfredo García Suárez de la Universidad de Navarra, hubiese descubierto que las fuentes principales de donde procede este texto magisterial son los catecismos publicados por los dominicos Bartolomé de Carranza y Domingo de Soto, es decir, los grandes teólogos imperiales que habían sido enviados por Felipe II al concilio en 1545 y, por tanto, promotores tanto de la doctrina conciliar y de los decretos de reforma de la Iglesia, como se puede rastrear en las actas del Concilio.
Así pues, el aspecto de la moral económica tratado en el catecismo reflejará tanto las líneas de fuerza que deseaba subrayar el concilio como la doctrina tradicional de la Iglesia de ese tiempo, y más en concreto la española, que era el epicentro del crecimiento económico de Europa, pues como es sabido, la llegada regular en aquellos años de los metales preciosos desde América repercutía inmediatamente en un inusual tráfico de mercancías en las ferias europeas con destino a ser trasportadas a América. Una exportación, por cierto, muy bien pagada por el numerario americano, pero que fue letal para la industria y la economía española, rota en una inflación galopante mientras que Europa paralelamente crecía económicamente en su producción y prosperidad.
Así pues, el tono con el que se expresa el catecismo es de prosperidad y bonanza, no hay ni asomo de pesimismo, ni de crisis, más bien se habla con optimismo y con esperanza, de cielo y de la bienaventuranza y, por supuesto, también de sobriedad y templanza y del peligro de la avaricia, la usura y la soberbia.
En ese sentido, para hablar de la moral económica, conviene empezar por rastrear el catecismo completo, de principio a fin, pues para localizar los textos dedicados a la materia, hay que empezar por el deseo que inspira este instrumento de la teología pastoral: la salvación de las almas. Así pues, buscaremos con esa fuente de la pastoral los textos, que siempre será pocos y breves, pues como señala el propio catecismo: “sólo nos propusimos trazar a los párrocos los puntos capitales de esta materia, para facilitarles los medios de enseñar al pueblo fiel y de instruirle en la piedad cristiana” (parte segunda, cap. 8, n. 34, p. 353).
El catecismo parte del fin de la creación y de la llamada al hombre al cielo y a la salvación, así podremos: “vivir algún día conforme a la voluntad de Dios, que pecando habíamos despreciado y medir por esta regla todos nuestros pensamientos y nuestras obras y para poder conseguir esto, pedimos humildemente a Dios: hágase tu voluntad” (parte cuarta, cap. 12, n.8, p.559).
José Carlos Martín de la Hoz