En estos días del coronavirus con tantas publicaciones de fotografías en la prensa de ataúdes; con tantas colas en la morgue, con elogios a los capellanes de los cementerios, se hace casi banal, hablar de la muerte y hacerlo con el debido respeto y dolor, pues la muerte nos habla de la vida terrena que ha concluido y del inicio de la vida eterna: “se muere como se ha vivido”.
Es indudable que todos deseamos una muerte digna rodeados de nuestros seres queridos y preparando el ama lo mejor posible parea dar el salto definitivo a la eternidad, donde Dios quiera, del modo que Dios quiera….
En el inteligente y bien elaborado tratado teológico acerca de la escatología, obra de gran envergadura, aunque de pequeño formato, dentro de la biblioteca de iniciación teológica que editó Rialp en 2011, y que lleva ya cinco ediciones, encontraremos materia para estudiar y meditar sobre esta materia. Los autores del trabajo, Jorge Molinero, Doctor en Teología y periodismo, y don Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva, profesor, artista y teólogo sevillano, han logrado un buen trabajo de síntesis sobre esta cuestión.
Al descender a la cuestión de la muerte y de la inmortalidad del alma, nuestros autores nos recuerdan algo tan sencillo como que la muerte es consecuencia del pecado original y que todos vamos a morir. Ahora bien, la cuestión importante es “morir en el Señor” (Apoc 14,13), pues eso indicaría que la muerte sería el último tabique que nos separa de la plenitud del amor, para siempre: “la muerte es el prólogo del amor” (115).
A la vez la conciencia real y contrastada con la existencia de la muerte, a un hombre de fe le estimula a vivir con más intensidad de amor a Dios y a los demás esta vida. La ilusión de dejar más tarea hecha: “ser conscientes de la brevedad de la vida o, si se quiere del valor del instante fugaz, del valor del tiempo”. A lo que añaden una llamada a meditar “la parábola de los talentos, pues debe ayudarnos a ser conscientes de la necesidad de aprovechar el tiempo y a saber en qué y para qué conviene aprovecharlo” (116).
Conviene avivar la esperanza del cielo, pues eso nos lleva a una vida de oración más intensa y a llevar con paciencia las contrariedades de la jornada, con una esperanza cierta en los dones de Dios: “Más allá de la muerte, hay unos cielos y una tierra nueva, iluminada por el mismo Dios, donde el sol no se pone, hay un banquete de bodas preparado con inagotable alegría: hay un lugar donde se puede amar sin cansancio y sin hastío, sin temor a que esa plenitud termine jamás” . Por eso es importante crecer en confianza y abandono en Dios.
Finalmente, nos dirán: “Es una verdad de fe definida que, para morir en el Señor, se requiere la ayuda divina, que nadie puede obtener por sus propios méritos, es lo que los teólogos llaman la gracia de la perseverancia final. El Señor, rico en misericordia, nos la concederá, máxime si habitualmente se la imploramos” (120).
José Carlos Martín de la Hoz
Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva y Jorge Molinero, El más allá. Iniciación a la Escatología, ediciones Rialp, Madrid 2000, 205 pp.