La muerte y la Vida

 

Muchas veces me he preguntado sobre la actitud de algunas personas ante la muerte. Pienso a veces que lo del luto no tiene demasiado sentido. Todo es cuestión de profundizar un poco. ¿Por qué tenemos que llorar la muerte de los seres queridos? Solo podemos admitir esa actitud por egoísmo. Se va una persona cercana. ¿Hay alguna otra razón? Las religiones antiguas no creían en la resurrección, y en el Antiguo Testamento estaba demasiado especificado.

Pero  nosotros, cristianos, lo tenemos muy claro. Aquí estamos preparándonos para llegar a la vida eterna. Por lo tanto, especialmente esas personas que han vivido en cristiano, con más o menos defectos, pero con fe, sabemos que se van al cielo. ¿Con un proceso de purgación, de conversión, de limpieza? Sí, pero es solo ponerse el traje de fiesta para entrar en el cielo. Por lo tanto ante una persona muerta, más o menos cercana, debería de haber alegría. Esa debería ser la lógica cristiana.

Nos puede resultar más penoso pensar en la posibilidad de que se condene una persona que sabemos que ha vivido lejos de Dios. Aún en esos casos no debemos olvidar que Dios quiere que todos los hombres se salven y pondrá por medio su Gracia para conseguir una conversión, aunque sea en el último instante.

Por lo tanto, en muchos casos, ante la muerte de los seres queridos, debemos considerar que están mucho mejor que nosotros. Están con Dios, gozando de la maravilla de la presencia de la Trinidad, muy cerquita de la Virgen y acompañados por tantas personas queridas que están ya gozando de esa paz eterna.

Mariam Suárez, poco antes de su fallecimiento, escribía: “Casi me parecía que mi situación era más fácil de sobrellevar que la de mi familia. En última instancia, bien mirado, los que sufren son los que se quedan aquí, en este mundo. En cierto sentido, son ellos los que de verdad se mueren. Según mis creencias, yo me voy para un mundo mejor, aunque no tengo ninguna curiosidad, ni ningún deseo de adelantar la fecha... Pero yo me voy y se acabó, para mí se acabó el sufrimiento, y lo que dejo aquí detrás es tremebundo”[1].

¿Por qué los lloros? Se entienden, lógicamente, ante una madre joven, por poner un ejemplo. Por lo tanto es un lloro por los que nos quedamos, pero no por quien se va. Cualquier otro planteamiento supone falta de fe bastante lamentable.

Nos cuenta Pablo D’Ors: “Ella miraba la lámina qué tenía frente a su cama. Era una estampa de la Anunciación, de Fra Angélico, y la había colgado con una cadenita del soporte del televisor. Sendino no veía la televisión, contemplaba aquella estampa. Cuando creía que nadie reparaba en ella dirigía hacia esa lámina miradas arrebatadas, arrebatadoras. -Fiat - me susurró una vez, al percatarse de que había sido descubierta en uno de esos momentos de intimidad con su Señor. Dos meses antes -según supe después- ella había peregrinado a Nazaret, donde la Virgen pronunció su propio Fiat. Ahora a Sendino se le ofrecía la oportunidad de adherirse a ese Fiat original, y de prolongarlo en la historia. Fiat- le respondí yo, y ambos callamos entonces durante unos segundos mágicos e inefables. Sendino vivió su enfermedad en clave de Anunciación”[2].

“Hágase”, es manifestación de fe total, de convencimiento. Nos da pena que nos deje una persona tan buena, pero sería egoísta por nuestra parte desear que se quede en lugar de estar en el cielo.

Es indudable que al final la gracia de Dios ayuda.

Ángel Cabrero Ugarte

 

[1] Mariam Suárez, Diagnóstico: cáncer, Círculo de lectores, p. 87

[2] Pablo D’Ors, Sendino se muere, Galaxia Gutemberg 2020, p. 27