Aparte de la
crisis económica, España, y probablemente el resto de Europa, está viviendo una
crisis de Fe y, sobre todo, de coherencia. Según la revista Epoca, en una
magnífica encuesta publicada la semana pasada, solo el 57% de los españoles
cree en Dios. Paradójicamente, de ese 57% el 30% cree en la vida eterna. O sea,
que de todos esos creyentes, el porcentaje de cristianos es bajo.
Pero la cosa no
se queda ahí. Hay un dato muy preocupante si lo ponemos en relación al
anterior. El 56.5% de los encuestados dice preferir la igualdad a la libertad.
Solo un 22% cree que la libertad es más importante. Además, cuanto más a la
derecha, más preferencia por la igualdad. Un 65% de los españoles, además,
asegura que el Estado no limita su libertad individual. Triste, pero cierto.
La sociedad
española está enferma, pero demuestra lo que desde esta sección se ha dicho en
varias ocasiones: cuanto más se despoja a la persona de Dios, más manipulable
es por el Estado. Por eso no es de extrañar que el aborto, la eutanasia o la
sexualidad desviada sean temas estrella de la manipulación política. Parafraseando
al obispo de Palencia, monseñor Munilla, cuando se deja de creer que Dios está
en el principio de la vida y espera al hombre en su final, es cuando se ataca el
inicio y el final de la vida con toda impunidad.
Esta crisis de fe
es mucho más peligrosa que la crisis económica, de la que antes o después se
sale, con el cinturón más o menos apretado. Pero de la crisis espiritual se
sale con mucha dificultad, se pierde felicidad y gana terreno la cultura de la
muerte, de la que Europa sabe mucho en su historia, pero que ejerce un hipnótico
atractivo sobre los europeos.
Fe en Dios, pero
un Dios ajeno. De ese porcentaje de presuntos creyentes y que se definen como
católicos, hay un 39% para quien Dios es un consuelo en momentos difíciles,
pero que no exige un cambio de vida, ni un comportamiento moral. Esto es la
crisis de coherencia.
Una sociedad
instalada en el pensamiento débil es una sociedad manipulada ya, pronta para
nuevas manipulaciones, sin criterios morales o, peor aún, al albur de los
criterios que fijen otros. Se pueden sacar cientos de conclusiones de estos
datos, pero hay una importante, que los cristianos todavía tenemos mucho que
hacer para demostrar a nuestros conciudadanos que por ese camino nunca van a
encontrar la verdadera felicidad y la libertad, esa libertad que ponen en un triste
segundo plano.
Carlos Segade
Profesor del Centro
Universitario Villanueva