Indudablemente, el catedrático e investigador de “Global History” en la Universidad de Oxford, el profesor Peter Frankopan, se ha convertido en los últimos años en un consagrado escritor, conferenciante y ensayista de historia, no solo de la época medieval, que es su especialidad original, sino de tiempos más recientes, como demuestra su excepcional trabajo “La ruta de la seda” (2019), publicado recientemente en esta misma editorial.
Con gran maestría y realismo dramático plantea la predicación de la primera cruzada con el famoso discurso del papa Urbano II en 1095 al pueblo de Clermont (Francia) y de otras localidades reunido para recibir la bendición del santo Padre al concluir el Concilio, antes de regresar a Roma. En aquel enardecedor discurso el papa haría un llamamiento al pueblo cristianos, a los nobles, y caballeros a reconquistar los santos lugares y permitir de nuevo que los fieles pudieran peregrinar a los santos lugares que en ese momento habían sido cerrados al culto cristiano por los musulmanes que habían tomado aquellas tierras sagradas a la fuerza (23-26).
Evidentemente, el grito “Deus vult” (Dios lo quiere) que recorrió toda Europa y que como una corriente eléctrica puso en camino hacia Jerusalén a muchos miles de personas de toda clase y condición, es un hecho único en la historia de la Iglesia y propio de una etapa escasa categoría espiritual y humana, movida por el uso indiscriminado de la violencia y la llamada apremiante del emperador de Bizancio ante la inminente conquista de Constantinopla por los turcos selyucidas (25).
Efectivamente, aquella masa de hombres, incultos e ignorantes, cometieron muchas tropelías en su largo viaje, padecieron constantes disensiones entre ellos, pues faltaba un mando único y, además, los caballeros cristianos conocían la capacidad bélica de un enemigo desconocido, por lo que tenían serias dudas de lo que sucedería al llegar allí. Finalmente, desgraciadamente, faltaba el abastecimiento y algunos buscaron los medios para subsistir muchas veces del pillaje. Cuando llegaron en 1099 a las puertas de Jerusalén y finalmente entraron en ella los excesos se reprodujeron. De todos esos hechos de violencia pidió perdón públicamente san Juan Pablo II el 12 de marzo de 2000, cuando con motivo de la purificación de la memoria pidió perdón por los pecados de todos los cristianos de todos los tiempos y especialmente por el uso de la violencia para defender la fe.
De hecho, las sucesivas cruzadas ya no tendrán ni el vigor, ni el entusiasmo de esta, ni la desorganización, pues los tiempos habrán cambiado y habrá madurado la fe de aquellos cristianos para entender que debía actuarse de otra manera, con prudencia, sin humillar al imperio de Bizancio y, por supuesto, por el camino de la persuasión. Efectivamente, ese camino sería utilizado por san Francisco de Asís en 1218 en un viaje a Oriente para predicar el cristianismo y entrevistarse con el sultán Al-Malik, quien permitió a los frailes franciscanos custodiar los santos lugares y se comprometió a permitir la llegada de los peregrinos, como sucedió desde entonces hasta la actualidad.
José Carlos Martin de la Hoz
Peter Frankopan, La primera cruzada. La llamada de Oriente, ediciones Crítica, Barcelona 2022, 375 pp.