Es la conclusión a la que se llega hoy en bastantes ambientes occidentales en los que, durante decenios, se ha buscado el dinero a costa de todo. Las rupturas familiares han sido lo más habitual en muchos países ricos, porque lo que predomina es el egoísmo del individuo solitario, y más desde que el feminismo impulsó a muchas mujeres a desentenderse de su vocación de madre.
El número de niños nacidos fuera del matrimonio en EE. UU. es de más del 50 %. Esos niños son los que peores resultados tienen en el colegio y en la universidad. No tienen padre, en la mayoría de las ocasiones. El divorcio, unido a la ideología de género y a la obsesión por la identidad, han construido una sociedad de violencia, de egoísmos, de desentendimientos desde muy jóvenes. Por eso ahora, cada vez se ve más claramente que la riqueza es la familia.
De esto se dan cuenta un gran número de observadores, de políticos, de profesores universitarios, pero hay miedo a decirlo, porque hoy decir estas cosas con claridad, para alguien que quiera posicionarse en la sociedad, lleva consigo el peligro de violencia social de todo tipo. Hemos vuelto a los ambientes del nazismo o del comunismo, en los que no se puede decir una opinión opuesta al sistema, porque eres hombre muerto, al menos sociológicamente.
Por eso es importante llevar este mensaje a todos los ámbitos de la sociedad, para que los padres cristianos no tengan miedo a presentarse ante la sociedad como dispuestos a tener familia numerosa, dispuestos a poner, por delante de cualquier otro capricho, el cuidado de los hijos. Esto es contrario al afán de sobresalir que antes era muy propio del hombre y ahora es ya de ellos y de ellas indistintamente. Con esos planteamientos nos damos cuenta de la dificultad para que haya padres y madres. La dificultad para que un niño tenga una casa normalita donde se encuentra con padres y hermanos a la vuelta del colegio.
¿Esto es lo normal? Gracias a Dios, todavía lo es en bastantes ambientes, pero bien sabemos que hay muchas personas, hombres y mujeres, que piensan en triunfar. Un triunfo personal, egocéntrico, de autoafirmación, a costa de lo que sea. Por eso hay muchos menos matrimonios y más relaciones efímeras inútiles; hay divorcios frecuentemente, entre esos pocos matrimonios. Y también por eso es más llamativo -incluso a veces no comprendido- las relaciones matrimoniales siempre abiertas a la vida.
Es de gran interés el libro escrito por Mary Eberstadt, “Gritos primigenios”, editado en ediciones Rialp en el 2020, como denuncia de esos ambientes tremendos de egolatría y desunión, ese ambiente de identitarismo. Tratan de transformar una cualidad biológica del ser humano, el sexo, en una fuente de privilegios legales o laborales, aunque para ello se pongan en cuestión las bases del estado de derecho.
A lo largo de este breve libro va quedando bien claro que la riqueza más importante de toda sociedad es la familia. Y en Occidente está en claro peligro. Siempre habrá personas cuerdas, sobre todo dentro del catolicismo, que sean conscientes de la importancia de la entrega y generosidad que supone una auténtica familia. Indudablemente es lo más opuesto al egoísmo de buscar el placer y vivir para el dinero y la posición.
Recomiendo esta obra para sustentar los argumentos que se necesitan con frecuencia para defender la familia.
Ángel Cabrero Ugarte
Mary Eberstadt, Gritos primigenios, Rialp 2020