La secularización de la ética

 

En la extensa y cuidada reedición del importante trabajo del filósofo e historiador escocés Alasdair MacIntyre (1929), acerca de la historia de la ética, publicado tempranamente en 1966, y reeditado ahora magníficamente por ediciones Paidós, se alude a un fenómeno muy interesante que podríamos denominar: “la secularización de la ética”.

Efectivamente, el hilo conductor de este completo y exhaustivo recorrido a lo largo de la historia de la moral o de la ética filosófica, podría resumirse indudablemente como la pérdida del rigor de la metafísica aristotélico y tomista, a lo largo del tiempo hasta la angustiosa situación de nuestros días.

En efecto, la grieta Ockhamista no ha hecho sino agrandarse hasta producir una ética si normas morales universales ni apoyadas sólidamente en la ley natural y en el sentido trascendente de nuestro ser y de nuestra conducta: “El intento de Ockham de fundamentar la moral sobre la revelación corre paralelo con su restricción de lo que puede ser conocido por naturaleza en la teología. El escepticismo filosófico con respecto a algunos argumentos de la teología natural se combina con el fideísmo teológico para presentar la gracia y la revelación como fuentes de nuestro conocimiento de la voluntad divina” (151). Inmediatamente añadirá: “la singularidad del racionalismo crítico de Ockham reside en la transformación de los mandamientos divinos en edictos arbitrarios que exigen una obediencia no racional” (152).

Ciertamente, desde Hobbes, Locke, Hume y Sadam Smith en Inglaterra se va a plantear una moral de desconfianzas, no solo en Dios y en el propio hombre, hasta llegar a redactar una ética del estado despótico no sólo el gobierno de las conciencias civiles sino también de las creencias religiosas: “Spinoza, Wolff, Kant y Hegel secularizan finalmente la religión y reemplazan lo sobrenatural con lo natural” (270).

La trampa en la que la ética secularizada somete al hombre la expone MacIntyre magistralmente: “Cada uno de nosotros es, ineludiblemente, su propia autoridad moral. Comprender esto -lo que Kant llama autonomía del agente moral- es comprender también que la autoridad externa, aun si es divina, no puede proporcionar un criterio para la moralidad. Suponer que puede hacerlo implicaría ser culpable de heteronomía, es decir del intento de someter al agente a una ley exterior a sí mismo ajena a su naturaleza de ser racional” (241).

Para Hegel todo culmina con él concluye: “la historia es inevitable progreso de la libertad hacia formas más elevadas y la culminación de este progreso se encuentra en la filosofía de Hegel” (254). A lo que añade MacIntyre: “El Hegel maduro considera lo Absoluto y su progreso en la historia más y más en la forma en que los cristianos han considerado las nociones de Dios y su providencia y observa cada vez menos sus advertencias anteriores contra el peligro de interpretar literalmente el cristianismo y confundir el símbolo con el concepto” (259).

José Carlos Martin de la Hoz

Alasdair MacIntyre, Historia de la ética. Una perspectiva esencial para la lectura de los textos fundamentales de la ética, ediciones Paidós Barcelona 2019, 332 pp.