El monje trapense, profesor de Cambridge y obispo católico Erik Varden (Noruega 1974), nos ofrece en este breve ensayo un magnífico trabajo acerca de la armonía de los sentidos y las virtudes, redactado con un lenguaje muy moderno, actual y, además, con ilustraciones y obras de arte, poesías, melodías por lo que el trabajo adapta un tono artístico que resulta accesible y atractivo.
La cultura de la pureza cristiana, la castidad le denomina él, tiene mucho que ver con la armonía de las virtudes, con el equilibrio entre la donación a Dios y a los demás, ordenada. La caridad es de suyo ordenada. Es más, según nos explica, en el orden de la caridad, primero va Dios, luego los demás y finalmente el propio yo.
Es interesante que la virtud de la castidad, como el celibato, se plantea de modo positivo y atractivo. Pues, como afirmaba san Josemaría: “la pureza es afirmación gozosa” y, desde luego, para este obispo noruego que proviene de la ascesis monacal, la castidad es plenitud (16). Nuestro autor se detendrá en considerar los anhelos de belleza, de bondad y de amor del corazón humano, siempre en tensión de trascendencia, de ir más allá de lo humanamente posible: “Lo que nos hace humanos es tender más allá de nosotros mismos” (64).
Indudablemente, para nuestro autor, la clave de la felicidad está en llegar a la posesión del amor de Dios y, por tanto, el camino empieza por la donación incondicionada a los demás. De ahí que el pecado sea el desorden: “aversio a Deo et conversio ad creaturas”, como afirmaba san Agustín. Si: el pecado es desorden (70). Lógicamente, nos dirá que la reordenación del amor desordenado exigirá delicadeza (73). Por eso, nos recordará las palabras de san Pafnucio en el concilio de Nicea (325) sobre la maravilla del matrimonio cristiano, camino de santidad (97). Llegado a este punto, la mentalidad religiosa de nuestro autor le llevará a afirmar: “todos llevamos dentro el deseo de ser consagrados” (73): indudablemente, quiere decir de entregarnos a Dios.
Después de muchos textos sobre la vida virtuosa de los primeros padres del desierto y de la virtualidad de la vida monacal, convendrá en la importancia de cultivar el amor de Dios y, a la vez, gobernar las pasiones, la más importante es la de la soberbia, que aparece constantemente hasta el final de la vida. Lo importante es “ser mirados en verdad por Dios” (145).
La rápida y contundente respuesta cristiana en el mundo entero, tanto de la jerarquía como del pueblo cristiano, al terrible problema de los abusos a menores sucedidos en la Iglesia, ha sido castigar a los culpables, apartarlos del ministerio, estar al lado de las víctimas etc., pero también, ha sido pedir a todos los cristianos madurez en las virtudes y crecer en orientarlas a la santidad. Hay que pagar con santidad: “solo así podremos “reconciliarnos con Dios” (2 Cor 5, 20).
José Carlos Martín de la Hoz
Erik Varden, Castidad. La reconciliación de los sentidos, Encuentro, Madrid 2023, 168 pp.