La sombra de la verdad

 

Lourdes Flamarique y Claudia Carbonell, profesoras de la Universidad de Navarra y de la de la Sabana en Santa fe de Bogotá, respectivamente, recogen y editan las conclusiones de un grupo de profesores e investigadores en filosofía, provenientes de diversas universidades europeas y americanas, en el marco del simposio de la Asociación de Filosofía y Ciencia contemporánea de Ribadesella, en Asturias, España, en 2016.

El tema de estudio de este seminario fue la secularización y la resignificación, es decir, el eterno retorno de lo religioso al núcleo de la discusión filosófica, y por tanto al perenne dialogo fe y razón, pues para este grupo de intelectuales, tanto en Europa como en América, se está dando un verdadero retorno de la religión dentro de los valores en la cultura contemporánea.

Así pues, leeremos en estas páginas, con diversos enfoques, una vuelta a lo religioso desde la razón; desde la apertura de la razón a lo trascendente, lo que implica una nueva relación entre fe y razón. Como señala Ramón Rodríguez: “la filosofía, que por su propia dinámica, ha terminado en inmanencia, autonomía o ateísmo, tiene que ser  conmovida, agitada y revolucionada desde un absoluto fuera de ella y mirada y reformada desde esa conmoción que la disloca” (45).

La lectura de estas páginas, expresa de mil modos que la razón puede superar el relativismo y los planteamientos de la ilustración, como el concepto de que con el progreso desaparecería toda religión: “El marxismo, el positivismo y el cientificismo han vivido explícitamente de esta idea, que ha dejado profundas huellas en la autocomprensión de la filosofía” (32).

De hecho, con respecto al proceso de la secularización, comenta Ramón Rodríguez: “Con razón se ha resaltado que en Estados Unidos y en Oriente tal proceso no puede ser descrito en términos linealmente secularizadores, por lo que la secularización aparece como la peculiaridad cultural de Europa, que el recalcitrante eurocentrismo de la intelectualidad europea tiende a entender como un proceso mundial” (28).

Hace falta, como reconocían Habermas y Ratzinger en un famoso diálogo, trabajar para pensar una ética común y, por tanto, es también preciso recuperar el concepto de lo sagrado y de la relación espiritual del hombre con Dios y entre sí, para fundar una ética social con virtudes, fundamento y continuidad. La profesora Flamarique nos habla de servir, como decía san Pablo, a un espíritu nuevo (Rom 7,6): “Ese espíritu nuevo vive en el cristianismo. (…). La ley de la fe instaura otro régimen de salvación” (53). Y añadirá citando a san Agustín que “no se trata de saber más, sino de saberse conocidos. Solo por eso cabe obrar la verdad en uno mismo y ser convertido. Es decir, el acto de confesar trae consigo una modificación del propio ser, es performativa” (61).

Son importantes las referencias al problema del mal en el mundo, tanto desde el ángulo católico del pecado original, con sus tres etapas: estado natural del hombre, en la ignorancia de la ciencia del bien y del mal, sin dolor ni sufrimiento ni suyo ni de nadie. El pecado original abre la segunda etapa; el hombre caído. La tercera es la redención del hombre operada por Cristo, con la elevación al orden sobrenatural pero con un tiempo de merecer (68-69). Verdaderamente en el cristianismo con la gracia alcanzada por el redentor se goza de la esperanza: el cristianismo originario es pura fe y confianza (140). Rousseau cambia el concepto de pecado original, por el desorden introducido al comenzar la propiedad privada (72), pero su visión es corta ye ideologizada, frente a la fuerza de la verdad revelada. No podía faltar la referencia a Nietsche el pensador anticristiano por excelencia, frente al cual solo cabe procurar ser coherente con la revelación recibida. La teología del cuerpo de Juan Pablo II niega parte de las razones de fondo de la crítica de Nietzsche (160) y lo lanza contra Schopenhauer: “Un buscador de Dios no puede ser corrosivo para un cristiano” (179).

Finalmente, señalemos que Celso atacó a la Iglesia por su pretensión de poseer la verdad y de estar los cristianos dispuestos a dar la vida por ella. De hecho la historia del pecado fue inaugurada el día que Adán y Eva decidieron hacer su voluntad y no la voluntad de Dios (219).

José Carlos Martín de la Hoz

Lourdes Flamarique, La larga sombra de lo religioso. Secularización y resignificaciones, ed. Biblioteca Nueva, Madrid 2017, 380 pp.