La Teología en el arranque de la Edad Moderna era plenamente universitaria y su desarrollo estaba favorecido por el clima de renovación y de reforma de la Iglesia que se respiraba en esos años, parte del cual se perdió por la deriva protestante que llevaba al desprecio de la razón en beneficio de la fe fiducial luterana, pero otra parte acogerá la reforma de las fuentes y rebrotará en Salamanca mediante el recurso a Santo Tomás y la vuelta a la Escritura y la Tradición.
Esa reforma se expandirá por todas partes mediante el habitual trasiego de los profesores universitarios a lo largo y ancho de Europa y luego sucederá igual en América y Asia, y, además, merced al latín que era la lengua universitaria, los tratados se comparten se citan y se comentan.
Sabemos que el método escolástico de la dialéctica y la lógica, será enriquecido por las frecuentes y habituales momentos de discusión, las Quaestiones quodlibetales, que hacen aumentar todavía más la habitual orientación especulativa; los argumentos a favor y en contra, las respuestas sutiles a esos argumentos, etc., en consonancia con una mentalidad racional de equilibrio entre fe y razón.
El trasiego de los teólogos miembros de las órdenes religiosas de un lugar a otro de Europa y el crecimiento desmesurado de las escuelas teológicas con la hipersensibilidad para defender la propia escuela mediante el célebre “magister dixit, por una parte incentivará el pensamiento teológico y por otra parte lo diluirá al entretenerlo en cuestiones de detalle y no en la búsqueda de la solución de los problemas que se están planteando a la teología.
Precisamente, llegado a este punto hay que recordar que en la historia de la moral, como señala el dominico belga Servaus Theodore Pinckaers (1925-2008), profesor Ordinario de Teología Moral Fundamental de la Facultad de Teología de la Universidad de Friburgo, y uno de los grandes teólogos que renovaron la teología moral a finales del siglo XX, se produjo una disfunción teológica, pues se rompió la unidad entre especulación y moral práctica.
De hecho, en la Escuela Teológica de Salamanca, con Francisco de Vitoria (1480-1546), se producirá una síntesis del máximo interés, pues nos dirá Pinckaers que: “el tratado de la justicia va a tomar una extensión nueva para responder a los problemas de actualidad, derecho natural y derecho de gentes, surgidos por el descubrimiento del nuevo mundo; pero este tratado corresponde también al carácter cada vez más jurídico de la moral” (332). Algunos pensaron que esa línea era muy especulativa y buscaron otra solución más pegada al terreno “se sentía la necesidad de utilizar un término medio y de proporcionar a los sacerdotes una enseñanza más concreta y práctica, que los guiase a su tarea apostólica y les ayudase a resolver los problemas que encuentran, en particular en el dominio moral. Esta necesidad dará lugar a numerosas Sumas para confesores, la más importante de las cuales es la Summa Theologica de San Antonino de Florencia (1389-1459) en la que el estudio de las virtudes y de los dones del Espíritu Santo sigue estando en un buen lugar” (334).
Así pues la Teología Moral irá en la línea de los manuales de confesores, en vez de aplicar la teología a la vida como hará Francisco de Vitoria y Domingo de Soto
José Carlos Martin de la Hoz
Servais Theodore Pinckaers, OP, Las fuentes de la moral cristiana. Su método, su contenido, su historia, ed. Eunsa, Pamplona 1988, 592 pp.