Próximamente empezará la vacunación de
todas las niñas a partir de los 12 años contra un virus (virus
del papiloma humano, en adelante VPH) que es el principal responsable del
cáncer de cuello uterino. Este tumor maligno pasa generalmente
inadvertido por la mujer, y cuando empieza a dar síntomas ya requiere
tratamientos agresivos que suelen llevar aparejada la esterilidad. El VPH
es un virus que se transmite por contacto sexual. Con la vacunación
obligatoria de las adolescentes se pretende poner freno a esta infección
de transmisión sexual y disminuir la incidencia del cáncer. Pero
muchos padres de familia, y también médicos y expertos en bioética
han expresado su preocupación por esta medida.
La infección por VPH es la causa más frecuente
de enfermedad de transmisión sexual. Existen 30 tipos distintos de VPH,
aunque solamente 15 de ellos son peligrosos para el hombre. El virus se
transmite por contacto físico genital. La principal causa de
cáncer de cuello uterino es la infección por VPH. Gracias a la
introducción del test de Papanicolau
en los exámenes ginecológicos ordinarios, desde hace muchos
años este cáncer se puede detectar precozmente y ha bajado
enormemente su mortalidad.
La prevención más eficaz contra la
infección por el VPH es evitar el contacto sexual con alguien infectado.
La mejor medida para lograrlo es evitar las relaciones sexuales antes del
matrimonio y la fidelidad al cónyuge en el matrimonio. Muchos padres
están convencidos de que este modo de prevenir las enfermedades de
transmisión sexual es el mensaje prioritario que hay que dar a sus
hijos. De todos modos esta infección también puede contagiarse
entre cónyuges si uno de los dos
ya estaba infectado antes de casarse. O incluso, lamentablemente, el
contagio puede sobrevenir a consecuencia de una agresión sexual. Por eso
podría parecer conveniente que todas las chicas sean vacunadas en la
pubertad.
Se dice y escribe que la vacuna es completamente eficaz
contra el VPH, pero la realidad es menos optimista porque la protección
que ofrece es limitada. En primer lugar, de los 15 subtipos de VPH que causan
infección en el ser humano, la vacuna solamente es eficaz contra 4 de
ellos. Además, los estudios realizados por el National
Cancer Institute (USA)
señalan que la inmunidad dura solamente 4 años, siendo luego
necesarias nuevas dosis de recuerdo. Por otro lado aún no hay
suficientes datos acerca de la seguridad de la vacuna: hay evidencias de que la
vacuna puede causar síndrome de Guillain-Barré (enfermedad del sistema nervioso), epilepsias
o artritis. Algunos expertos en salud pública temen que la
difusión de la vacuna proporcione una falsa sensación de
seguridad contra el cáncer de cérvix, y
las mujeres dejen de hacerse estudios citológicos (el test de Papanicolau) para
verificar los primeros signos de aparición del tumor.
El Estado hace bien en imponer obligatoriamente ciertas
vacunas, como las que ahora componen el calendario vacunal:
difteria, varicela, polio, etc. Infecciones que pueden ser contraídas
fácilmente por el solo hecho de respirar el mismo aire de alguien que ha
tosido o estornudado en la calle, o en el colegio, o que está sentado a
mi lado en el cine o en el autobús. Pero existe una diferencia notable
entre esas infecciones y la infección por VPH, ya que esta última
se transmite por contagio sexual. Entablar una relación sexual
íntima no es algo fortuito e inadvertido. En esa conducta hay un
elemento muy importante de voluntariedad, de consentimiento, de comportamiento
elegido que falta en los otros casos. Por eso, la respuesta lógica para
hacer frente al VPH o a cualquier enfermedad de transmisión sexual debe
ir por otro lado. Debe centrarse sobre todo en educar y promover cambios en el
comportamiento personal.
Como se ve no faltan motivos de preocupación. Mueren
muchas más personas al año de meningitis o por el virus de la
gripe, y en cambio esas vacunas no son obligatorias. Muchos padres piensan que
la vacunación obligatoria contra el VPH, aparte de no estar científicamente
fundada, como ya se ha dicho, mina su esfuerzo para educar a los hijos en la
castidad y desmotiva a los adolescentes en ese aprendizaje. En el fondo se
quiere resolver mediante una inyección un problema que es de otro tipo
porque atañe al comportamiento, es un problema moral.
Los partidarios de la vacunación dicen que su
estrategia no está reñida con que se eduque a la castidad de los
adolescentes. Pero realmente ambos enfoques son incompatibles. Porque una
estrategia hace hincapié en que es necesario un cambio en el
comportamiento. La otra ofrece una solución técnica que hace
irrelevante tal cambio. Si el problema de la promiscuidad sexual se afronta con
inyecciones y pastillas, no estamos haciendo autocontrol sino usando medicinas
para paliar vicios. La vacuna del VPH no encara la causa del problema sino que
la enmascara, y de este modo socava los esfuerzos para alcanzar una
solución eficaz.
La vacuna contra el VPH es bastante cara (costará al
menos 300 euros por persona en Europa). Con razón muchos expertos en
bioética y medicina de la salud se preguntan si las enormes inversiones
estatales que habrá que realizar para financiar el acceso de todos a ese
medicamento, no podrían ser destinados a hacer asequible a todos y
rutinario el test de Papanicolau,
que es notablemente barato en comparación. Más aún
teniendo en cuenta que se vacunarán innecesariamente muchas personas,
porque no tienen riesgo de contraer semejante infección.
Lo que piden los padres, en definitiva, es que el Estado les
deje tranquilos y libres para criar a sus hijos del modo que consideran mejor y
que se apoya en razones bien fundadas, también de tipo
científico. Los padres no entienden por qué el gobierno se arroga
el derecho de inmiscuirse en materias que son personales y que son competencia
directa de la familia. La
vacuna contra el VPH ofrece una solución técnica a un problema
que no es de tipo técnico, sino de tipo moral. Y los problemas de tipo
moral se resuelven mediante medios morales, es decir, aprendiendo a hacer buenas
elecciones y decisiones. Para lograr esta meta la tecnología puede ser
de ayuda, pero también puede crear la ilusión de una
solución fácil, y apartarnos de la meta. O peor aún,
socavar los legítimos esfuerzos de los padres y educadores para promover
que los jóvenes lleven una vida moralmente sana.
Juan Carlos
García de Vicente
Médico. Profesor
de Bioética.
Para leer más:
Wendy Wright, Nancy Staible, HPV Mandates. Parents Trump
Politics, Ethics&Medics, July 2007 VOLUME 32, NUMBER 7. Edward J. Furton,
Morality Is Not a Medical Problem. Sex and the HPV Vaccine, IDEM.
Ciccone,
L. (2005) Bioética, Madrid,
Palabra
http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=3280
Tomás. G. (2006) Cuestiones actuales de Bioética.
Pamplona, Eunsa
http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=4807