La vida se contagia con la vida

 

Muchas veces hemos abierto las páginas del Nuevo Testamento para conocer de primera mano cómo se desarrolló el comienzo de la predicación y de la vida pública de Jesús. Lo hemos hecho muchas veces, sencillamente, porque queremos imitar su vida entre las gentes y su entrega generosa con los demás en las circunstancias del espacio, del tiempo y de la relación con su Padre y con las almas. Sólo se aprende volviendo a la fuente: a la Tradición oral y escrita que nos transmite la Iglesia.

Lo primero que llama poderosamente la atención es la fuerza de la personalidad de Jesucristo que levanta del asiento, que cambia el rumbo de la vida, que arrastra a las almas al seguimiento: el atractivo de la mirada, la fuerza irresistible de su porte, de su palabra y de su comprensión. En seguida, le veremos rodeado de unos pocos discípulos y también de una inmensa multitud.

Indudablemente, Jesús no se presentó como un maestro más de Israel, ni como un maestro especial entre todos los que enseñaban la ley de Moisés, sino que, desde el primero momento, hasta la actualidad será el único y verdadero maestro y todos nosotros, sencillos discípulos que nos enteramos más o menos dependiendo del grado de intimidad que hayamos logrado alcanzar.

Enseguida, conviene recordar que el discipulado no consiste en tomar nota y grabar lecciones para luego repetirlas, sino en el seguimiento del Maestro: ir adonde quiera que vaya, pues los discípulos pasaron a compartir la vida de la mañana a la noche y todos los días del año.

Jesucristo al marcharse al cielo no dejó nada escrito, ni instrucciones precisas sobre cómo debían actuar y hacer los discípulos, sino que sencillamente formó a unos miles de personas, con las que convivió en unos kilómetros cuadrados y con las que compartió unos años concretos de la historia humana.

Después, tras la venida del Espíritu Santo y su fortalecimiento y definitivo arraigo los envió a todas las latitudes, no porque conviniera o fuese de interés el mensaje, sino porque no podrían guardar para sí solos tanta alegría como conservaban en el corazón. Es decir que ellos fueran por el mundo entero narrando lo “que habían visto y oído” (Lc 7, 22).

Así pues, conviene revivir el encuentro, el impacto, el seguimiento, compartir la vida hasta llegar a la identificación ese será el itinerario de la vida del cristiano y, precisamente, en el Evangelio está la sustancia de la vida en Cristo.

El sacerdote y profesor italiano de Sagrada Escritura Paolo Mascilongo, ha desarrollado con gran altura, sencillez y facilidad un perfecto tratado escriturístico y espiritual sobre la relación de los primeros discípulos con Jesús: la vocación, el seguimiento, el envío, simplemente extrayendo sencillas consecuencias de la lectura directa de los textos del Nuevo Testamento sobre los primeros discípulos.

José Carlos Martín de la Hoz

Paolo Mascilongo, El discipulado en el Nuevo Testamento. Reflexiones bíblicas y espirituales, Didaskalos, Madrid 2022, 221 pp.