El sacerdote y profesor italiano de Sagrada Escritura Paolo Mascilongo, ha desarrollado con gran altura, sencillez y facilidad un perfecto tratado escriturístico y espiritual sobre la vocación, simplemente extrayendo sencillas consecuencias de la lectura directa de los textos del Nuevo Testamento sobre los primeros discípulos.
En definitiva, estamos ante un tratado sobre la formación cristiana y el discernimiento vocacional a través de los textos del Nuevo Testamento donde se narra la vocación y el seguimiento de Cristo en los primeros discípulos de Jesús (16).
En primer lugar, se detiene a concretar el impacto, el encuentro del discípulo con la figura, el rostro de Jesús que se mete muy hondamente en Pedro, Santiago, Juan, Andrés, Mateo y los demás, para provocar el seguimiento (45).
Indudablemente, el discipulado de Jesús es radicalmente distinto del de los maestros de la época. En primer lugar, porque el único maestro es Cristo y todos los discípulos serán siempre discípulos. En efecto, la predicación cristiana es predicar a Cristo y Cristo resucitado. Inmediatamente, añadiremos, el discípulo no se limitaba a escuchar, tomar nota y aprender lecciones que luego repetirá. Se trataba de aprender viviendo con Jesucristo, en un seguimiento que duraba toda la vida (79).
Es interesante subrayar cómo la preparación de los discípulos y su identificación con Cristo no fue fácil por la dureza de sus corazones, falta de fe y miedo a la cruz (42). También es importante resaltar el primado de Pedro y el sacerdocio ministerial
Es interesante caer en la cuenta la manera de formar a sus discípulos que puso en marcha Jesús para preparar las columnas de la futura Iglesia: sencillamente les puso vivir con Él y a compartir toda la existencia con Él. Eran hombres y mujeres de toda clase y condición (80). Evidentemente, con ese sistema, la fe en la divinidad de Jesucristo irá creciendo hasta superar, con la ayuda de Dios y la intercesión de María (87), la prueba de la cruz (51) y la gloriosa resurrección (53).
Finalmente, tendría lugar la dura prueba de la cruz y, posteriormente, la alegría de ser partícipes y testigos de la resurrección de Jesucristo (palparon el aliento del resucitado) y se prepararon juntos para la venida del Espíritu Santo.
Una vez preparados ya podían ser enviados con Jesucristo y la Virgen Santísima a los cuatro puntos cardinales y desde esos lugares otros nuevos discípulos seguirían extendiendo esa luz a través del tiempo, a todos los lugares y en las siguientes generaciones hasta el final de los tiempos. La alegría es inherente a la llamada y es constante en las páginas del Nuevo Testamento (87): el gozo de la confianza de Dios y la seguridad de la presencia constante de Cristo en el cristiano.
José Carlos Martín de la Hoz
Paolo Mascilongo, El discipulado en el Nuevo Testamento. Reflexiones bíblicas y espirituales, Didaskalos, Madrid 2022, 221 pp.