Las injusticias de los justos

 

Con estos términos se refiere san Josemaría a un tipo de contrariedades de la jornada que pueden desconcertar a los cristianos. Un ejemplo típico sería fijarse en Pablo quien comenzó una persecución sistemática del pueblo cristiano hasta que el mismo Jesucristo intervino en el curso de la historia y, de alguna manera, le doblegó la voluntad para transformarlo de perseguidor de los cristianos en catecúmeno.

Efectivamente, se trata de un golpe de gracia inolvidable que marcará la vida de Pablo pero que no le convertirá en san Pablo, ni en el apóstol de los gentiles, sino después de un largo proceso de intimidad, de oración, de formación y de transformación, tal y como expresará el mismo Pablo en la epístola a los Gálatas: “Ya no soy yo el que vive, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).

Indudablemente, falta por responder al motivo por el que Pablo perseguía a los cristianos, puesto que san Pablo lo hacía movido por el celo del amor de Dios y su pertenencia al pueblo judío como fariseo y, por tanto, un hombre marcado por la fidelidad a la voluntad de Dios expresada en la ley de Moisés.

A san Pablo le bastó con saber que Jesucristo era el Mesías prometido, al que amaba en el amor de Yahvé Dios, para inmediatamente ponerse a su servicio y comenzar a convertirse en un fiel cumplidor de la Nueva Ley.

Evidentemente, los cristianos de hoy, como los de entonces, seremos perseguidos por hombres justos que pretenden ser fieles a la verdad y se sentirán defensores de los derechos de Dios. Esto es lo que llama san Josemaría las injusticias de los justos, pues ya sabemos que “máxima ius, máxima injustitia”.

Es interesante comprobar que san Pablo a lo largo de su extensa vida, convertido en apóstol de los gentiles, tuvo que sufrir persecución tanto por parte de los judíos como por parte de los paganos, a causa y en el nombre de Dios y del pueblo judío. Como él mismo narrará extensamente fueron muchas los sufrimientos: “Per multas tribulationes, oportet non intrare in regnum Dei” (Act 14, 21).

La imitación de Jesucristo, modelo para todo cristiano, se concretará pronto en la persecución: “Igual que me han perseguido a mi os perseguirán también a vosotros, en esto conocerán que sois mis discípulos” (Io 15, 20).

De hecho, en las catequesis bautismales había una referencia explícita al martirio y a la imitación de Cristo en la muerte violenta por la fe. Así comenzará san Juan Crisóstomo las suyas: la “imago Christi, sequela Christi”, del martirio está en la primera de las catequesis. Y así se realizó durante cuatro siglos: el pueblo cristiano era periódicamente diezmado y renovado. Desde entonces en todas las épocas de la historia de la Iglesia ha habido persecución. Unas veces solapada, otras abiertamente, pues siempre y en todos los países el mal se hace fuerte.

Finalmente, hemos experimentado la persecución de los propios cristianos, la anticaridad, estará presente también en la vida de la Iglesia, en forma de envidia, celotipia, murmuración y trapisonda.

José Carlos Martín de la Hoz