El jesuita español Juan Azor (1536-1603), fue uno de los grandes teólogos moralistas preocupado, en la segunda mitad del siglo XVI, por unir la teología especulativa del tomismo renovado y aplicado a los decretos tridentinos, con la teología practican moral, más adecuada a los confesores y a los encargados de la cura de almas.
Precisamente, la cura de almas era la clave y lo que daba sentido a las medidas disciplinares de la reforma del concilio de Trento, algunas tan importantes y cruciales para la inaplazable reforma de la Iglesia preconizada por el concilio de Constanza de 1513: la residencia episcopal, la constitución y dotación de claustro académico a los seminarios, la publicación del catecismo de párrocos y su traducción en las diversas lenguas y las cátedras de Escritura.
Es interesante que, dentro de la Ratio studiorum Societatis Iesu que se comienza a elaborar por una comisión de expertos desde 1586 y que conoce dos redacciones, una en 1591 y otra en 1615, se concede mucha importancia a la renovación de la teología moral que se enseñaba en los seminarios y que recogían las sumas de confesores. Lo primero que decidieron fue seguir a santo Tomás en su elaboración y lo segundo establecer dos niveles, una más especulativo y otro más práctico.
En efecto, Juan Azor que trabajará activamente en la mencionada Comisión teológica, llevará a la práctica en sus Instituciones morales este esquema que permanecerá en la enseñanza moral durante muchos años: una moral fundamental, tomada fundamentalmente de la Suma teológica, I-II, acerca de los actos humanos, la conciencia, las pasiones, los hábitos y virtudes, el pecado y la ley.
Llegado a este punto, hemos de recoger lo que señalaba el dominico belga Servaus Theodore Pinckaers (1925-2008), profesor Ordinario de Teología Moral Fundamental de la Facultad de Teología de la Universidad de Friburgo, y uno de los grandes teólogos que renovaron la teología moral a finales del siglo XX, acerca de las omisiones que hace Azor siguiendo la Ratio institutionis jesuítica de las cuestiones fundamentales de la moral y, además, con el único argumento de hacer un tratado moral práctico: “no veían ya la importancia del tratado de la bienaventuranza en la concepción que se hacía a partir de la idea de la obligación” (340).
Además al actuar así, Azor habría tergiversado el orden de santo Tomás, quien había colocado las bienaventuranzas “al comienzo de la moral por considerarla primera y principal”. Lo peor, señala Pinckaers en seguida es que le seguirá otros autores de manuales de confesores hasta llegar a san Alfonso María de Ligorio en su Theologia Moralis: “Este género de moral no tiene ninguna necesidad de la consideración de la felicidad para constituirse. De igual modo, la consideración del fin último pierde el papel de criterio supremo que le había atribuido santo Tomás. La finalidad ya no es preponderante en esta concepción; el fin no será a partir de ahora más que un elemento entre otros del acto moral” (341). La conclusión es clara, pues para Azor la “virtud de la justicia supera a las otras, porque está directamente relacionada con la idea de obligación”. Así pues esta moral cayó pronto en decadencia, pues la caridad es la primera y principal virtud.
José Carlos Martin de la Hoz
Servais Theodore Pinckaers, OP, Las fuentes de la moral cristiana. Su método, su contenido, su historia, ed. Eunsa, Pamplona 1988, 592 pp.