Las virtudes humanas

 

La gran mayoría de las obras clásicas de espiritualidad, están llenas de luces y orientaciones para no perderse en el camino del ascenso del alma a Dios. Consejos que asumen la experiencia de quienes nos han precedido, para sumarlas con las nuevas luces del Espíritu Santo que concede siempre a cada alma en ese camino único.

Lógicamente, en los libros de dirección espiritual, como el Arte de las artes de san Gregorio Magno ya en el siglo VI, se recogen también consejos llenos de humanidad, de sentido común, como moderar los ayunos, las vigilias, pues la vida espiritual se apoya lógicamente en la vida humana y es fácil perderse en el camino buscando más lo espectacular que la fina obediencia al Paráclito y a la dirección espiritual.

Como afirmaba san Josemaría con la experiencia de acompañamiento espiritual de miles de almas de todas las edades, razas y culturas, las virtudes humanas son la base y el fundamento de las virtudes sobrenaturales (13, 64).  Es más, toda la renovación teológica del siglo XVI en la Escuela de Salamanca, parte del principio de santo Tomás de que la gracia no destruye la naturaleza, sino que la supone, la sana y la eleva (Santo Tomás, Suma Teológica, I, q.1, a. 8).

En esta línea se sitúa el gran descubrimiento del empresario alemán Bodo Jansesen, quien, según nos narra en el trabajo que ahora presentamos, hereda una empresa familiar hotelera y, ante su incapacidad para gobernarla con éxito, acude a un monasterio benedictino, donde se acoge a la hospitalidad de los monjes y donde recobra la paz del espíritu (136). Asimismo, descubre la gran riqueza humana y espiritual que contiene la Regla de San Benito, redactada hace 1500 años y que, a su vez, recoge la experiencia humana y sobrenatural de comunidades de hombres o de mujeres que buscan la santidad a través de la alabanza a Dios, de la oración de contemplación y del estudio, pero también de la convivencia con otros benedictinos, el trabajo para mantener el monasterio, etc.

A través de la asimilación de la armonía de las virtudes humanas, del amor a Dios (82) y a los demás como el motor del cambio, van apareciendo las virtudes teologales, la fe, la esperanza y la caridad y enseguida las cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza y finalmente las virtudes morales como la humildad, la pobreza, la laboriosidad, y un largo etc.

El conjunto y la armonía de esas virtudes son el regalo del Espíritu Santo al alma fiel en su esfuerzo y abandono en la acción de Dios, en la vida sacramental y en la vida de comunidad, es la vida de santidad de un hombre que ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, y, por tanto, en lo humano aparecerá esa vida santa como una vida lograda (48). Bodo Janssen se ha reservado para sí las experiencias de la vida espiritual (aunque algunas las deja apuntadas: 167, 193, 197) y, en cambio ha escrito con mucho detalle y anécdotas la aplicación a la vida empresarial de las virtudes humanas cristianas que aprendió allí (25, 43, 45, 84, 88, 90. 100, 102, 104, 116).

José Carlos Martín de la Hoz

Bodo Janssen, El poder de la tradición. Recetas de vivir benedictino para el mundo de hoy, ediciones San Pablo, Madrid 2020, 221 pp.