Hace pocos días, me senté en el metro cerca de una mujer que estaba tejiendo una prenda, con las agujas y un ovillo de lana de color negro. Me pareció un buen modo de aprovechar los desplazamientos, que tanto tiempo suelen ocuparnos en las grandes ciudades. Además, me trajo el recuerdo de los magníficos jerséis de lana que mi madre tejía para sus hijos, y que, al crecer, pasaban de los mayores a los pequeños. Cuando veo a alguien que lee, en una cola, en una sala de espera, en el autobús o en el metro, me cuesta resistir a la tentación de saber de qué libro se trata, pero no siempre resulta fácil averiguarlo, por el tamaño de las letras de la portada, por la postura del lector, por la encuadernación... Además, con las tabletas electrónicas y los móviles, la investigación resulta cada vez más complicada.
Hará un par de días, al regresar del trabajo a casa, observé que, en el espacio del vagón que ocupé, que no iba muy lleno, con unos viajeros sentados y otros que permanecían de pie, éramos cuatro lectores de textos editados en papel. El más joven, leía a Enrique Vila Matas, los otros dos, calculo que de edad parecida a la mía, es decir sesentones, Nuestra Señora de París de Víctor Hugo y El infinito en un junco, el premiado e interesante texto de Irene Vallejo. Por mi parte, estaba con el magnífico poemario Alumbramiento del malagueño Daniel Cotta. Me pareció que el balance era muy positivo y bajé del metro contento. Me parece que alguien dijo que el suburbano podía ser la mayor biblioteca o sala de lectura de una ciudad…
Luis Ramoneda
Daniel Cotta. Alumbramiento. Ed. Rialp. 2020.