Libertad de expresión

 

En la inmensa manifestación de París de hace unas semanas se pedía, aparentemente, libertad de expresión. Sin embargo no serán pocos los que entendieron, más bien, que se trataba de un posicionamiento de Occidente contra los yihadistas. Parecía más una provocación que una reclamación de derechos. Miles de personas –sin duda no todos los manifestantes, aunque pudiera parecerlo- portaban un cartelito que decía “Yo soy Charlie Hebdo”.

Una vez más se aprecia el caos notorio a la hora de entender qué es la libertad. Un error habitual, muy grave, es confundir la libertad de elección con la libertad ontológica, necesaria para dirigir la vida. Muy distinta es la capacidad de elegir, en cualquier momento, lo que me apetece, lo que me parece más bonito o más feo, de la de elegir un sentido último para la vida y poner todos los medios para conseguirlo, para evitar esclavitudes.

Se podría pensar que para los periodistas de Charlie Hebdo, de El Jueves y otras semejantes, el objetivo de su existencia es ridiculizar lo trascendente, lo religioso y a todos los que manifiestan tener fe en Dios. Son ateos, sin más, y ya se sabe que el ateo, por definición, no está tranquilo siendo simplemente ateo, sino que tiene que tranquilizar su conciencia atacando al contrario, como si les molestara que existan creyentes. Les molesta, pues cada creyente, y son la inmensa mayoría de los habitantes del planeta, les mira con lástima.

Nos encontramos ante una incoherencia manifiesta. Parece que se está hablando de libertad de expresión cuando en realidad se está queriendo justificar su actitud de denigrar, de insultar, de ridiculizar. Quieren hacernos creer que ellos son los que realmente saben, pero la verdad es que no tienen ninguna razón que aportar en una argumentación lógica, y sí un cierto complejo de ignorantes que quieren remediar insultando.

El respeto a las creencias de los demás es un derecho universal. Si alguien llega a la conclusión de que algunas de estas creencias son contrarias a la sociedad, tendrá que denunciarlo, y las autoridades públicas deberán decidir si deben tomar medidas de policía contra esos creyentes por sus prácticas delictivas. Por ejemplo si se dedicaran a quemar a los recién nacidos para ofrecerlos a sus dioses, como hacían en la antigüedad en algunas religiones.

Pero en realidad la actitud de estos ateos beligerantes es irracional y consiste únicamente en no admitir lo que va en contra de sus ideas. Son esencialmente intolerantes, y se manifiestan exigiendo que les dejen hacer. En la manifestación de París mucho ingenuo cogió el cartelito, porque comulgaba con esos planteamientos o porque era lo que tocaba, lo políticamente correcto. Pero es más sorprendente ver cómo se unieron todos los mandatarios del mundo, bajo un lema que no es asumible en los países libres. No se puede defender la libertad de expresión a costa de faltar al respeto a las personas y a los creyentes en general.

Una cosa es ir contra el terrorismo y otra cosa es movilizarse al lado de los ateos beligerantes. Esto sí que es una auténtica provocación, pues ahora parece que todos en Occidente somos infieles ante los musulmanes, cuando es evidente que no es así. Los únicos coherentes fueron los americanos. No estuvieron porque no podían estar, porque su legislación –como otras muchas- no permite el insulto; aunque luego John Kerry se aproximara al lugar de los hechos como para disculparse. Pero la realidad es que no estuvieron.

 

Ángel Cabrero Ugarte