En el interesante trabajo realizado por el profesor Julián Carrón y presidente de Comunión y Liberación, acerca de la vía de la belleza para llegar a Dios, se muestra entre otras cosas, análisis grandiosos de cuestiones y hallazgos recientes de la teología contemporánea que muestran la grandeza de la fe cristiana.
Entre otras cuestiones deseamos referirnos al principio de libertad religiosa y su estrecha relación con el Concilio Vaticano II, pues, de hecho, comenta nuestro autor que: "Durante la controversia que divide a católicos y protestantes, en ambas formaciones permanece la idea de que una sociedad cristiana no puede tolerar a herejes y cismáticos" (57).
Enseguida añade que: "La Paz de Westfalia de 1648, que tenía que constituir una respuesta a la situación de enfrentamiento que se había creado, sanciona finalmente el principio cuius regio, eius et religio, que obliga al súbdito a adaptarse a la religión del propio príncipe. El estado impone por tanto su propia fe y los confines de los Estados nacionales coinciden también con los de la confesión religiosa de los ciudadanos" (57).
Fue precisamente la luz poderosa del Espíritu Santo la que alumbró: "La autoconciencia de la Iglesia crece hasta el giro radical del Concilio Vaticano II, que afirma solemnemente que cualquier persona tiene derecho a la libertad religiosa" (57), como se afirma claramente en el documento Dignitatis Humanae I, 2.
Enseguida nuestro autor trae a colación a un especialista en la materia Nikolaus Lobkowicz, para añadir un famoso texto en el que se ha analizado ese cambio hondamente en los siguientes términos: "La extraordinaria cualidad de la declaración Dignitatis Humanae consiste en haber transferido el tema de la libertad religiosa de la noción de verdad a la de los derechos de la persona humana. Si el error no tiene derechos, una persona tiene derechos incluso cuando se equivoca. Claramente no se trata de un derecho con relación a Dios; es un derecho con respecto a otras personas, a la comunidad y al Estado" (58).
Inmediatamente se refiere Carrón al famoso texto de Benedicto XVI en el que el pontífice analiza el Concilio Vaticano II en una célebre intervención delante del clero romano en el año 2005, y en concreto se detiene en el principio de libertad religiosa: "considerar la libertad religiosa como un necesidad que deriva de la convivencia humana, más aún, como una consecuencia intrínseca de la verdad que no se puede imponer desde fuera, sino que el hombre la debe hacer suya solo mediante un proceso de convicción" (59).
De hecho, nos recuerda Benedicto XVI, ese principio de la libertad religiosa ha colaborado, y no en pequeña medida, a reconciliar a la Iglesia con la modernidad construyendo juntos sobre la base de la dignidad de la persona humana, pues el hombre ha sido creado, como dice el libro del Génesis, como imagen y semejanza de Dios, como criatura de Dios.
José Carlos Martín de la Hoz
Julián Carrón, La belleza desarmada, ediciones encuentro, Madrid 2016, 311 pp.