Sohrab Ahmari nació en Teherán, Irán, en 1985. Tras un largo recorrido vital transcurriendo por las circunstancias políticas y personales más variopintas, pasa de musulmán chiita a sentirse profundamente ateo y termina descubriendo el cristianismo y se hace católico. Escribe en 2021 un libro en el que relata todo su itinerario vital, dando pie a una crítica de lo pasado, pero también de la civilización occidental, que ha abandonado en gran medida su alma cristiana.
En ese libro escribe: “En las décadas transcurridas desde que Alexander Solzhenitsyn emitió su jeremiada (en el verdadero sentido profético) en Harvard, la enfermedad que diagnosticó no ha hecho más que empeorar. Hemos derribado muchas barreras en nombre de la libertad; paradójicamente, el trabajo de demolición ha hecho que seamos menos libres”[1]. Y en esa línea describe toda la decadencia en los países que fueron católicos y ahora han dejado de serlo.
No es fácil emitir un juicio desde dentro de la sociedad occidental que denuncie las esclavitudes modernas. Hay que ser medianamente objetivo, o venir de fuera, como Ahmari, que conocía por experiencia propia la falta de libertad de los lugares y circunstancias por las que había pasado.
“En el gulag había examinado las alturas morales que las personas podían alcanzar haciendo lo que debían, a pesar de las presiones ejercidas por un estado carcelario sin ley. En Occidente, mientras tanto, veía a los hombres y mujeres libres y a la sociedad en su conjunto que no discernía entre la libertad de hacer lo que se debe hacer y la libertad de hacer lo que no se debe hacer (…) La sociedad occidental de hoy ha revelado la igualdad entre la libertad para las buenas obras y la libertad para las malas. (Solzhenitsyn)”[2].
Una mayoría grande de personas que viven en los países occidentales supuestamente libres son, en realidad, esclavos de muchas ideas, de muchas riquezas, de muchas leyes antinaturales. Quizá lo que más esclaviza es la riqueza, que permite modos de hacer totalmente inmorales, que nadie recrimina.
Vemos a tantos jóvenes que están totalmente atados por las tecnologías. No tienen capacidad de discernimiento, no son capaces de advertir que están atados por muchos caprichos, por muchos modos de hacer que esclavizan, que confían todo su futuro a unas riquezas conseguidas de cualquier manera, como si lo verdaderamente importante fuera vivir bien, con holgura, con todo lo que me apetece. Y eso no hace más que desviar del amor a los demás, del auténtico noviazgo que lleva al matrimonio, de la piedad que lleva a Dios.
Pero no podemos obviar que los culpables primeros son los padres, que viven ya de esa manera y no tienen ningún criterio para la buena educación de los hijos. O, incluso, tienen unos modos correctos de vivir, pero les falta criterio o fortaleza para advertir a sus hijos que la vida que llevan es desordena, inmoral, destructiva.
Pocas personas llegan a ser verdaderamente conscientes de que la riqueza esclaviza si no hay unos criterios muy firmes y trascendentes para detectarlo.
Ángel Cabrero Ugarte
[1] Sohrab Ahmari, El hilo que une, Rialp 2022, p. 272
[2] P. 270