Libros para los hijos

 

El curso pasado el colegio de mi hijo propuso una actividad con ocasión de la feria del libro: los niños debían llevar alguno de sus libros favoritos e intercambiarlos con sus compañeros. Mi hijo llevó un clásico: El gigante egoísta, de Oscar Wilde. El libro fue rechazado y vino de vuelta, porque no reunía el perfil buscado por el centro. A cambio, le fue entregado el libro de otro compañero: Las aventuras de la ardilla Rasi. Se lo resumo: una ardilla que se mete en problemillas y sale de ellos con cierta gracia.

Me llama la atención la pérdida de confianza en la inteligencia de los niños de hoy. Al parecer, El gigante egoísta ―apenas diez páginas con bellas ilustraciones en una cuidada edición reciente que incluye otros cuentos del autor― no iba a poder ser entendido por el pequeño lector de seis o siete años del año 2023. Sin embargo, nuestros padres o nosotros mismos con siete años sí éramos capaces de leerlo; pero, claro, hablamos de los años 70, 80 o 90 ¿Qué ha pasado? ¿Son nuestros niños menos listos que nosotros? ¿Por qué antes teníamos capacidad de comprensión y ahora no? Créanme cuando les digo que no es esa la razón del destierro de estas obras.

Entiéndame bien en lector: no dudo que las aventuras de una ardilla o Los futbolísimos no sean libros entretenidos para, como dicen ahora muchos expertos, iniciarse en la lectura. “Lo importante es que lean”, nos dicen los docentes. Y yo digo: “sí, lo importante es que lean, pero que lean buenos libros”. También es importante que coman y no por ello inflamos el estómago de nuestros hijos a bollos. Porque, aquí sí, todos coincidimos en que no se trata de comer, sino de comer bien.

No entiendo por qué nuestros hijos no pueden iniciarse en la lectura con libros que les aporten sabiduría, cultura general, moralejas, etc. En definitiva, libros que les hagan ser libres el día de mañana mediante la adquisición de conocimientos y de un sentido crítico hacia los acontecimientos.

Les pregunto: ¿Creen ustedes que esta nueva tendencia es inocente y responde a un simple cambio de gustos o más bien se trata de un plan deliberado para llenar de paja las cabezas de nuestros hijos, para que en ellas no haya sitio para el oro, para arrebatarles así la felicidad que nace del placer por saber?

La Agenda 2030 parece haber inundado la literatura de los colegios, los libros de texto, los cuenta-cuentos, las actividades en el aula, etc. Por supuesto, cuidar el medioambiente o seguir una sana dieta son hábitos que deben ser inculcadas a nuestros hijos. Ahora bien, permítanme decirles que antes existe una enseñanza mucho más importante: el amor al prójimo. Me pregunto cómo vamos a amarnos entre nosotros si anteponemos a ello el amor al medio ambiente. Quien puede lo más puede lo menos, pero no al revés. Cuanto más alto está el listón, mayor altura alcanzará el atleta en su salto.

Hablaba en mi artículo anterior de la importancia de acorazar a nuestros hijos con la presencia de la madre en el hogar. En este quiero poner el acento en otra herramienta que podrá acorazar aún más a nuestros hijos: la buena lectura. Con los buenos libros, nuestros hijos irán configurando su personalidad, aprenderán la diferencia entre el obrar bien y obrar mal, apreciarán lo bello y lo que es fundamental: adquirirán conciencia de la importancia de detenerse en sus pensamientos y en los acontecimientos que rodean sus vidas.

Padres: ¡revisemos los libros que leen nuestros hijos y no aplanemos sus cabecitas! Si se acostumbran a leer libros simpáticos, pero sin mensaje, estaremos poniendo la semilla para que el día de mañana no sean capaces de juzgar el mundo con acierto, de manera que serán fácilmente manipulables. Lógicamente, si quien les intenta convencer tiene ideas buenas, nuestros hijos estarán a salvo. Pero juzguen ustedes cómo está la sociedad… Yo no me arriesgaría.

Vamos a ayudar a nuestros hijos a ser personas capaces y capacitadas y para ello vamos a procurarles los mejores libros. ¿Han pensado que sus hijos serán más felices si se les inculca el deseo de saber y aprender? ¿Han pensado en lo rica que sentirán su existencia? Les pongo algunos ejemplos: el niño que lee La isla del tesoro irá a la playa con sus padres e imaginará que en cualquier rincón puede estar escondido John Silver.  Quien lea El Señor de los Anillos podrá andar por un bosque e imaginarse que pronto llegará a las moradas de los elfos. Con estas sanas fantasías disfrutarán de la playa y del bosque y apreciarán todo lo que el mundo les ofrece, en lugar de aburrirse tumbados en la arena o pasear entre los árboles con total indiferencia.

Dejemos que en la vida de nuestras hijas entre la señora March de Mujercitas; dejemos que en sus vidas se repita la historia de Marcelino en Marcelino pan y vino, o que sueñen con ser Curdie para rescatar a la princesa Irene de los trasgos en La princesa y los trasgos.

Miriam García