Los lectores compulsivos, esos que no podemos pasar un día sin leer algo, tenemos un problema. Un problema de espacio. ¿Dónde se pueden meter todos esos libros que hemos ido comprando, más los que nos regalan aquellos amigos que, por cualquier motivo, no se lo piensan dos veces y me regalan otro, más los que les sobran a otras personas cercanas, etc. Son muchos los libros que nos gustan, y nos gustan de papel. ¿En epub? Bueno, si no queda más remedio…
Pero ya me he encontrado más de un lector concienzudo que lee en la Tablet o similar. Asegura que es lo mismo, que se lee muy bien, pero no quieren reconocer que el problema con los libros de siempre es el almacenamiento. Nuestras casas no dan para tanto, entre otras cosas porque como dice Marchamalo, “en todas las bibliotecas, incluso en las de gente fuera de toda sospecha, existe siempre una parcela de libros de difícil justificación”(p. 19).
Es un problema muy antiguo, las cantidades de ejemplares amontonados. “Hay quien dice que las bibliotecas definen a sus dueños, y estoy seguro de que es cierto” (p. 20). Y no es fácil que nos muevan de esas sensaciones tan maravillosas, de libros y libros en más o menos orden, colocados según mi entender más meditado.
Así que llega un momento en que no queda más remedio que desechar. ¡Qué tarea tan tremendamente difícil! Empiezas a mirar y no te sale ni uno que quieras dejar en la basura, con lo que el problema subsiste y los panoramas que encontramos en algunas casas es desolador, sobre todo para el visitante que no es tan lector.
Porque claro, uno de los problemas importantes es cómo ordeno toda esa cantidad interminable de libros. Decía Margerite Yourcenar “que reconstruir la biblioteca de una persona era una de las formas más idóneas de informarnos de cómo es” (p. 20). Aunque luego puede ocurrir que “un método mucho más científico era el utilizado, hasta hace relativamente poco, en las bibliotecas públicas, donde los libros, para ahorrar espacio, se ordenaban por tamaños –pequeños con pequeños, medianos con medianos y grandes con grandes–, de ahí que en muchas fichas sigan figurando todavía las medidas del libro”(p. 33).
No es una cuestión sencilla, de donde se sigue que cada vez hay más lectores de libro electrónico. Porque ordenar cientos de libros en casa es una labor demasiado ardua y que con frecuencia nos sobrepasa. Por eso dicen que “hablan (las bibliotecas) de los lectores que quisimos ser, y en los que finalmente no nos convertimos” (p. 21). Porque seguramente en un principio había un criterio de ordenación e incluso había éxito en la búsqueda.
Pero si vamos al fondo último del almacenamiento llegaremos a la conclusión de que tengo los libros para poder releer, pero sobre todo para poder prestar. Sí, ya sé lo de “libro prestado es libro perdido”, pero me emociona pensar que este libro recién acabado le va a gustar a… Y claro, esto, con los electrónicos no puede hacerse. Es un libro que no sirve para otros.
Es verdad que “hay libros, fíjense a partir de hoy, que están en todas las casas, que tiene toda la gente que conocemos” (p. 21), pero también es verdad que de vez en cuando encontramos joyas nuevas que estamos deseando compartir. No es una cuestión fácil dejar un libro aparcado -como tesoro escondido- cuando me ha dejado tan fascinado.
Ángel Cabrero Ugarte
Jesús Marchamalo, Tocar los libros, Cátedra 2020