Observo con extrañeza que existe un público que
busca sucesos sobrenaturales, angelitos, espectros y estigmas en la literatura.
Entreveo un tipo de cristiano cansado, que necesita apariciones para sostener
su fe inconsistente. O quizá el personaje que piensa que tener fe es absorber
toda la ficción milagrosa que se le presenta, como si fuera el alimento de su
alma.
Me sorprendió mucho que hubiera personas de
tradición y formación cristiana que pensaron que eran verosímiles las
apariciones que se contaban en "Un mensajero en la noche" (María
Vallejo-Nájera, Belacqua
2004). Un monje anónimo –que manía-
contaba cómo era su ángel de la guarda. Era guapo, según el narrador, entraba y
salía en la historia como Pedro por su
casa. Evidentemente la autora no lo hacía propio pues la protagonista de la
historia no era ella. Pero no pocos insensatos lo leyeron ávidos de hechos
sobrenaturales. Aquella visionaria, después de sucesos tan trascendentes, seguía viviendo con su novio como si tal cosa.
Ahora, la autora, viendo que hay mercado, que
existe un público milagrero entusiasta,
revela en su nuevo libro ("Entre el cielo y la tierra" Planeta
2007), su trato cordial y cotidiano con las benditas ánimas del purgatorio. Y
ya existen seguidores del invento que consideran que es maravilloso encontrar
autores con tanta fe y tanto dominio de ese terreno entre lo divino y lo humano
que les encanta. Y si ahora escribe otro sobre apariciones de la Virgen, este
lector de vidas de santos y documentos de sacristías se emocionará ante la
nueva Catalina de Siena que tenemos entre nosotros. Y
los obispos sin saberlo.
Son los mismos que han vibrado con "El
Padre Elias", una novela con una trepidante
aparición de angelitos de todo estilo, donde todos los cardenales y obispos son
malvados –se salvan dos o tres y el Papa- en una historia profética de dentro
de cinco años… Para echarse a temblar. Para que luego no digan que el mundo
cambia a toda velocidad.
Son los mismos que andan a la búsqueda de todo
lo que salga sobre monjas estigmatizadas y milagrosas, que dominan todas las
posibilidades de apariciones de la Virgen, aquí o en la ex Yugoslavia. Y
seguramente piensan que por eso son buenos cristianos. Si además estos títulos
son promovidos en cierta prensa cristiano-política-apocalíptica, entonces no
hay más que hablar: eso
style='mso-bidi-font-style:normal'>va a misa.
Yo me quedaría con las palabras del Concilio
Vaticano II: "Los fieles todos, de cualquier condición y estado que sean,
fortalecidos por tantos y tan poderosos medios, son llamados por Dios cada uno
por su camino a la perfección de la santidad por la que el mismo Padre es
perfecto" (Lumen gentium 11). Cada uno en su
camino, no en caminos extraordinarios y raros. Porque creo que la peor imagen
para el no creyente es la del cristiano
de procesión y apariciones que apenas hace vida de su fe.
Ángel Cabrero Ugarte