Es normal que nos preocupe la situación del derecho fundamental a la libertad religiosa, ya que, tal y como indica el último informe sobre libertad religiosa, publicado por la institución Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN), el cristianismo es la religión más perseguida en todo el mundo. España no se queda al margen y aunque en nuestro país no nos matan por ser cristianos, sí que buscan acabar con nuestros símbolos y manifestaciones religiosas en la vida pública. Ataques que van en aumento, según pone de manifiesto el informe del Observatorio para la Libertad Religiosa y de Conciencia.
Y es que en España ofender a los cristianos y a su Dios no es un delito, es “libertad de expresión”. Pero nuestra historia nos demuestra, con demasiada frecuencia, cómo la distancia que separa la “libertad de expresión” de la violencia verbal y de la agresión física es muy corta, y que lo prudente es no sembrar cizaña.
Injuriar a Alá, el Dios de los musulmanes tampoco es un delito en España, es una indelicadeza, y, sobre todo, un acto de valor, pues los musulmanes no toleran una falta de respeto a Alá, ni a Mahoma, su profeta, y lo manifiestan de tal forma que la ofensa no suele repetirse. Nada de pintadas en una mezquita, ni de atreverse a entrar en ella sin el debido respeto.
Este resentimiento anti-católico que desde hace poco tiempo ha brotado en España, no es más que un movimiento táctico para atemorizar a los creyentes y disuadirles de manifestarse en público.
Su objetivo es alcanzar el poder y tratan de eliminar todos los obstáculos que les impidan alcanzarlo. Saben que la religión católica es desde la batalla de las Navas de Tolosa (12-7-1212) la argamasa, la trabazón que mantiene unidos a los hombres y mujeres por encima de sus diferencias e imperfecciones. Ese lazo de unión es lo que tratan de destruir.
De momento, la agresividad que emplean es limitada, pero es un mal comienzo, Camino que no es camino demás está que se emprenda, pues que más nos descarría cuanto más lejos nos lleva, decía Manuel Machado.
Algunas de estas manifestaciones anticatólicas son una amalgama surrealista de afrentas, como la frase “sacar vuestros rosarios de nuestros ovarios” en la que se ofende hasta la Gramática. Otras son amenazas con reminiscencias históricas –“¡Arderéis como en el 36!”. Hablan también de juguetes eróticos y de determinados órganos de la anatomía femenina, cuya función es muy digna, y que en nuestro país no corren ningún peligro, aunque sí en alguno no muy lejano.
Una aficionada a la escritura engendra un panfleto irreverente tomando como falsilla el Padrenuestro, y algunos la titulan “poetisa”. Otros intentan expropiar la catedral de Jaca, o cierran capillas en los cementerios de Valencia y en la universidad de Oviedo. Y en importantes ciudades españolas los tres Reyes Magos fueron sustituidos por tres “Reinas Magas” fuera de contexto, como hemos comprobado en las pasadas Navidades y en las de los últimos años.
Ahora, en estos últimos días, el gobierno municipal de Las Palmas, para promocionar su carnaval en la Feria Internacional del Turismo (FITUR) 2018, acaba de utilizar la vergonzosa vejación del Drag Sethlas, premiada en el pasado carnaval 2017, en el que se hace escarnio de las creencias y ritos cristianos al vejar a Cristo crucificado y a la Virgen María, y todo ello a pesar de que estos hechos siguen en los tribunales por ser presuntamente constitutivos de delito.
Hay quienes por puro prejuicio quieren que los curas no salgan de las sacristías. La religión, mejor cuanto más orillada. Y en caso de que algo religioso deba ser exhibido, es preferible que sea en su versión más descafeinada: cabalgatas sin reyes magos o con adefesios que distorsionen, libros escolares de moral católica donde Dios no aparece ni en la portada, retransmisiones de Semana Santa limitadas a la coreografía de los costaleros o a elementos secundarios, libros sobre el Rocío para niños donde literalmente no aparece la Virgen.
Es cierto que las distintas creencias religiosas señalan a sus fieles determinadas pautas de conducta, pero la Iglesia Católica no las impone, las recomienda. No obliga, aconseja.
Mezclar la política con la religión, la sexualidad y la anatomía me parece propio de países tercermundistas en los que es el hechicero de la tribu es el encargado de sentar doctrina.
La política es el arte de convivir en paz, y en las naciones más civilizadas conviven en perfecta armonía personas que profesan distintos credos, son de distintas razas y cuyas costumbres son distintas, y los únicos límites de la conducta pública son los establecidos por las leyes del país en que viven y por su propia conciencia.
Sería de agradecer que esas minorías radicales anti-católicas, con la vista gorda de los partidos políticos, tratasen a los católicos con el mismo respeto con el que tratan a los mahometanos, a los budistas, a los testigos de Jehová, a los mormones y a los fieles de todas las religiones o sectas autorizadas por la ley.
El artículo 16 de la Constitución Española dice en su apartado 1º: Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley.
“A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César”.
Emilio Montero Herrero