La reciente novela de Julia Navarro, La
sangre de los inocentes, editada, con gran despliegue de publicidad, por
Plaza y Janés, pone sobre el tapete el problema de la
violencia en el siglo XX y su continuación en la actualidad.
Desfilan
por las páginas de este libro los nazis y la estremecedora
narración del holocausto judío, la guerra de los Balcanes y el
genocidio racial y confesional que produjo, el problema del fundamentalismo
islámico y el terrorismo sobre una supuesta base religiosa, los
problemas entre judíos y palestinos, etc. Mucha sangre inocente se ha
vertido en estos años, también en nombre de la religión.
Podría haber añadido la persecución
sistemática de los cristianos en tantos lugares del mundo: no en vano el
siglo XX ha sido el siglo de más mártires cristianos de la
historia, entre otras cosas por la persecución religiosa de los
regímenes comunistas.
El
libro tiene como hilo conductor la desaparición de los cátaros en el sur
de Francia, en el siglo XIII, que la autora toma de arranque de la novela. Convendría hacer algunas precisiones al respecto.
En
primer lugar de haber triunfado el catarismo ya no
existiríamos, pues parte capital de esa herejía cristiana
procedente del gnosticismo, era abominar de la carne humana y por tanto del
matrimonio cristiano. No en vano los perfectos
y sobre todo las perfectas, evitaban
todo contacto carnal, que era mal visto. No era la religión del amor
como parece señalar el libro sino la religión de escogidos que
vivían segregados del resto con una organización clandestina.
Conviene
señalar el modo peculiar en que se presenta en la novela, el juicio
inquisitorial, como máquina de destrucción en vez de
conversión, sólo el nombre del dominico Inquisidor "Fray Ferrer", ya resulta chocante, pues San Vicente
Ferrer no fue inquisidor, sino predicador y es de un siglo después. Por
otra parte el drama que plantea: una madre que abandona a su marido para
convertirse en cátara y que tiene dos hijos uno Julián dominico y otro
Fernando templario. Se trata de un recurso literario para darle más
morbo: no tienen nada que ver los templarios con la cruzada de Simón de Monfort, pero a la autora le sirve para estigmatizar el uso
de la violencia para defender la fe.
Es
importante recordar que ya Juan Pablo II el 12 de marzo de 2000, pidió
perdón públicamente por los errores de los cristianos del pasado
y especialmente por el uso de la violencia para defender la fe. La autora da una visión
simplificada de los hechos, por tanto tampoco clarifica por qué se usó
esa violencia. Para aprender de la historia hay que dar más coordenadas.
La
enseñanza de la novela es positiva y compensa leerla, pues la violencia,
como decía san Josemaría
Escrivá, no es camino ni
para vencer, ni para convencer. Por eso todo lo que sea hacer pensar, promover
el entendimiento y el diálogo entre los hombres es una buena idea.
Sólo recuperando la confianza podremos construir una sociedad que
respete la dignidad de la persona humana, y por tanto donde haya verdadera paz.
José Carlos
Martín de la Hoz
Para leer más:
Vale la pena al respecto
releer la encíclica de Benedicto XVI, Deus
caritas est.
Régine Pernoude, Los templarios, El Ateneo 1981
http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=3989
Rafael Gómez Pérez,
El futuro de la fe, Universidad Católica
San Antonio, 2004
http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=2858