La sociedad moderna lleva con gran frecuencia a pensar en uno mismo. Muchos modos de hacer, de concebir la vida, llevan simplemente a pensar en lo que me gusta. Pocas veces en nuestros planteamientos vitales aparecen los demás. Por eso llama más la atención observar que en estos días de desastres naturales vemos a muchas personas, jóvenes y no tan jóvenes, que se prestan a ayudar, incluso a desplazarse para ver en qué puedo servir.

No haría falta que ocurrieran desastres para que nos diésemos cuenta de que hay personas necesitadas a nuestro alrededor. A veces en la propia familia, a veces un vecino, otras veces un amigo que vive lejos y que está enfermo y tendría que preocuparme un poco más por saber si está atendido. Son muchos detalles y a veces vemos, con admiración, hasta qué punto hay personas generosas.

Pero por desgracia abunda más el egoísmo. Hay actitudes que hace unos años hubieran sido impensables y que ahora son habituales para muchas personas. ¡La atención a un animal de compañía! Es ridículo ver a personas jóvenes o no tan jóvenes que tienen que salir de su casa durante una hora, o el tiempo que sea, para cuidar de la mascota. Eso, se mire como se mire, el tener mascota, es un puro capricho. Y luego resulta que tengo bastante dificultad para visitar a mi abuelo que está bastante solo. O que no se me ocurre que hay personas mayores que viven solas en casas con frecuencia de pocos medios, a quienes les vendría muy bien un rato de compañía. Pero está antes el perro…

Ahora resulta que una mayoría de jóvenes de diversas edades, incluso no demasiado jóvenes, necesitan una hora o incluso hora y media diarias para su ejercicio físico, para estar en forma, para estar fuertes… Sin duda entre quienes van al gimnasio cada día hay personas a quien el médico les ha indicado que deben hacerlo, por los problemas que sean. Por lo tanto no vamos a juzgar a nadie. Pero hay mucha gente que dedica todo ese tiempo por pura vanidad o el egoísmo de estar perfectamente en forma. Claro, no tienen luego un hueco para a ese vecino viejito, muy limitado, que agradecería una ayuda.

Hay muchos jóvenes, y no tan jóvenes, que se pasan mucho tiempo mirando el móvil, viendo y viendo muchas noticias y comentarios inútiles, imágenes procaces, y resultados deportivos. Tiempos que antes no se perdían y que se empleaban en echar una mano en casa, en preocuparse por un amigo, en leer un buen libro. Hoy no hay tiempo para estas cosas. ¡Leer un libro! No tengo tiempo, te dicen y se quedan tan tranquilos.

“Los demás” cada vez cuentan menos en los planes de mucha gente, quizá sobre todo jóvenes. La cultura occidental lleva ahora a unos planteamientos egoístas que no hacen ningún bien a nadie. Hay mucha gente necesitada. A veces en la propia familia, personas mayores o enfermas que necesitan ayuda. Otras veces personas que viven con lo justo y necesitarían cierta ayuda económica o de acompañamiento.

La caridad cristiana lleva a pensar en los demás. Pensándolo un poco, nos acordamos de ese amigo que tiene la familia lejos, de ese anciano que vive solo, de esa residencia en la que agradecen tanto que vayan voluntarios para acompañar a enfermos o personas mayores. Opciones hay muchas, pero el egoísmo arrastra demasiado en nuestra sociedad.

Ángel Cabrero Ugarte