Ordenando papeles encuentro una conferencia del Cardenal Ratzinger pronunciada el 28 de mayo de 1998. Se trata de la inauguración del Congreso mundial de los movimientos eclesiales organizado por el Consejo Pontificio para los Laicos. Lleva por título Los movimientos eclesiales y su colocación teológica. Cuando pronunció esta conferencia Ratzinger llevaba diecisiete años al frente de la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe y es de suponer que por sus manos habrían pasado numerosas solicitudes de aprobación para los mismos, lo cual le hacía idóneo para analizarlos.
Posiblemente todos tengamos una idea de lo que son los movimientos eclesiales, también denominados nuevas realidades en la Iglesia. Aparentemente son grupos de laicos que viven su fe en medio del mundo, según una espiritualidad y carisma propios. Curiosamente, cada uno cuenta con un perfil jurídico -provisional o definitivo- distinto. El Código de Derecho Canónico no los contempla, por lo que movimientos o nuevas realidades no es más que una denominación o denominador común amplio, de carácter descriptivo, no jurídico ni teológico. Ratzinger trata de profundizar precisamente en su perfil sociológico y teológico.
El conferenciante explica los movimientos como dones del Espíritu Santo a la Iglesia en un momento determinado de la historia de acuerdo con las necesidades del momento. Su destino es revitalizarla y tienen carácter universal para toda ella. El autor se remonta hasta el siglo III en el cual detecta el primer movimiento: el monaquismo impulsado por san Antonio Abad en el desierto de Egipto. En el siglo XIII el autor considera movimientos los promovidos por san Francisco de Asís y santo Domingo de Guzán, las órdenes mendicantes. En el siglo XIX aparecen numerosas congregaciones religiosas para la evangelización, la caridad o la enseñanza. Estos movimientos se superponen a las iglesias locales. "Generalmente -escribe Ratzinger- los movimientos nacen de una persona carismática-guía, se configuran como comunidades concretas que, en fuerza de su origen, reviven el Evangelio en su totalidad y reconocen en la Iglesia su razón de ser" (III, pág.11).
Según Ratzinger sus características son estar radicados en la fe de la Iglesia, el deseo de unidad y comunión con ésta a todos los niveles, con el papado y los obispos diocesanos ("nihil sine episcopo"). Son también característicos su impulso apostólico y espiritual, la renuncia a la mundanidad y el deseo de servir a la sociedad y a la Iglesia según su carisma propio. Los movimientos están dirigidos a la Iglesia universal y es la Santa Sede quien aprueba sus fines, su modo de vida y derecho propios. El autor reconoce que los movimientos siempre han supuesto un desafío para la Iglesia institucional, especialmente para la iglesias locales. Recuerda cómo santo Tomás de Aquino tuvo que polemizar con los seculares de la Universidad de París, que se oponían a la penetraciónen en ella de los mendicantes. Para el cardenal estas confrontaciones son inevitables: "El irrumpir de algo nuevo puede ser percibido como algo que molesta" (III, pág.12).
Un peligro se encuentra en la unilateralidad de los movimientos que, por su inexperiencia, pueden pretender que su camino es el único válido. En este sentido el fundador del Opus Dei, san Josemaría Escrivá, pedía a sus miembros que vivieran la "humildad colectiva" y que amasen la vida religiosa. Por parte de la iglesias locales "a los obispos no está permitido ceder a una uniformidad absoluta en las organizaciones y programas pastorales". No es lícito -señala el autor- tachar de fundamentalismo el celo apostólico de personas animadas por el Espíritu Santo. Finalmente, "todos deben dejarse medir por la regla del amor a la única Iglesia" (III, pág.12). No dos iglesias, sino una única Iglesia que es jerárquica y carismática a la vez, en la que los carismas han de ejercitarse con sujección a lo que disponga la jerarquía -obispos, presbíteros y diáconos-, que hacen presente a Cristo en élla.
Termina el autor agradeciendo a los obispos "que se abren a los nuevos caminos, les hacen puesto en sus respectivas iglesias, discuten pacientemente con sus responsables para ayudarles a superar toda unilateralidad y para conducirlos a la justa conformidad" (III, pág.13). No sin razón, agradece también al pontífice Juan Pablo II que fue, en su día, un gran apoyo para estas nuevas realidades.
Ratzinger, Cardenal, Los moviimientos eclesiales y su colocación teológica, en Zenit 6 de mayo 2005.
Juan Ignacio Encabo